Fco. Javier Avilés Jiménez

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15 de diciembre de 2012

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Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas. [Benedicto XVI, Porta Fidei 2] 

Si es algo nuestra cultura, desde luego es fragmentaria. No podía ser de otra forma, pues la llamada globalización implica la interconexión de pueblos, razas, culturas… y no sólo en los medios de comunicación, sino en nuestras propias ciudades. No se trata de un estado de opinión, de una forma de pensar, sino de una realidad social, económica, política… Esa pluralidad de lenguas, ideologías y formas de vida forzosamente implicaba la ruptura de la equivalencia entre sociedad europea y fe cristiana, entre cultura española e identidad católica. En principio, dicha ruptura no tenía por qué ser mala, era la consecuencia de una gran ampliación del horizonte a la vista, y también se hacían plurales las referencias de sentido: ya no estaba sólo el Cristianismo en el lugar de la fundamentación

¿Supone esto una crisis para la fe? Claro que sí, se han multiplicado las referencias y las opciones; se ha reubicado el lugar de la religión en la sociedad. Hay claras contradicciones y no faltan situaciones de incomprensión mutua. Sin embargo, esta crisis hecha de encontronazos y desencuentros no es «la» crisis de la fe, pues ésta siempre estará en crisis con cualquier forma histórica de sociedad y cultura, habida cuenta su apuesta por una meta que las supera con creces a todas: el Reino de Dios. Lo que tendremos que plantearnos es como se vive la fe en cada crisis, en cada época y cada sociedad.