Pablo Bermejo
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13 de septiembre de 2008
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En numerosas ocasiones a lo largo de mi vida me he encontrado abordado y atacado de forma que, sin buscarlo, de repente estaba envuelto en una discusión defendiendo mi creencia en Dios. A lo largo que me hacía mayor comenzó a crecer mi curiosidad respecto a qué habían pensado los filósofos y pensadores cristianos a la largo de la historia. El motivo principal para no tener fe que más gracia me hizo fue el de Nietzsche, que llama al Dios de la Biblia un invento de los débiles para alcanzar el poder, diciendo que los cristianos en verdad tenemos sed de venganza por lo débiles que somos.
Respecto a las pruebas de la existencia de Dios, antes incluso de que apareciera el cristianismo, Aristóteles ya demostraba mediante la razón la existencia de un Dios, un Primer Motor del Universo. Siglos más tardes San Agustín cristianizó algunas ideas de Aristóteles, y además defendió como prueba principal de la existencia de Dios la presencia de Verdades eternas en nuestra mente. Más tarde, Santo Tomás siguió la vía de San Agustín: intentar dar a los ya creyentes pruebas lógicas del Dios cristiano.
Bastantes siglos después, en el s. XVII, Descartes también intentó demostrar la existencia de Dios dentro de su sistema de dudas de todo lo establecido. Sin embargo, un contemporáneo suyo planteó otra alternativa de consolidación de nuestra fe que es con la que yo estoy más de acuerdo. Pascal, científico y filósofo, no estaba de acuerdo con tanto empeño histórico en procurar pruebas racionales de la existencia de Dios. Pascal defendía que al igual que no existen milagros matemáticos, tampoco se puede encontrar una fórmula matemática que defina a Dios. Además, como gran aficionado al juego, desarrolló una teoría de apuestas según la cual demostraba que al hombre le conviene “apostar por Dios”. Y despreciaba a los que buscaban pruebas para poder dar rienda libre a su fe. El mérito, según Pascal, estaba en apostar por Dios.
Y es lo más sencillo que se puede contestar cuando un grupo de comensales intentan que no disfrutemos de nuestra comida. No tenemos que demostrar nada, sólo apostar por nuestra mayor corazonada.
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