Fco. Javier Avilés Jiménez

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18 de mayo de 2013

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El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. [Benedicto XVI, Porta Fidei 7] 

La fe crece cuando se vive y cuando no… muere. O crecemos en la intimidad con el Dios de Jesucristo, en conocimiento y degustación de su Palabra, en ejercicio práctico de su caridad… o la fe muere, mengua hasta convertirse en una calcamonía, un efímero ropaje disecado en formas y costumbres. Y sólo si crece se expande, se comunica. El compromiso misionero es así una misma cosa con la tarea continua de formarse, orar, celebrar, participar en la comunidad. La nueva evangelización a la que nos convocan los dos últimos Papas debiera ser una toque de atención contra la tibieza de la fe o su disección en parcelas separadas. No puede haber creyentes que oran y otros que se comprometen con los pobres, cristianos litúrgicos y otros especializados en lo social. La Biblia debe estar en el oratorio y en la calle. La urgencia de la caridad y la justicia no pueden faltar en los bancos de la Iglesia y se deben citar en la confesión además y antes que las ausencias al precepto dominical. La presencia de cada cristiano que une en su experiencia lo místico y el compromiso es transformadora, evangelizadora por evangélica.

Los lamentos por una sociedad que ya no es unitariamente cristiana, por unos medios que a veces se muestran hostiles -que de todo hay- no nos excusan para remolonear o replegarnos en lo íntimo y doméstico. Seremos evangelizadores en la medida que seamos cristianos. Conseguiremos ser buenos discípulos de Jesús si lo somos en todas partes y a todas horas.