+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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9 de junio de 2007

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El hombre posee la cualidad admirable de poder hacer de un objeto un símbolo y de una acción un rito. Incluso lo meramente material y técnico nunca es sólo material y técnico; es simbólico y cargado de sentido. Nuestra vida cotidiana está plagada de “sacramentos”: Un ramo de flores, por ejemplo, puede ser mucho más que una realidad vegetal. Recibido como expresión de amor podemos oír su voz y escuchar su mensaje, como si tuviera un interior y un corazón. Contiene, muestra, rememora otra realidad diversa de sí misma, a la que hace presente. Los signos son, muchas veces, más elocuentes y movilizadores que las ideologías. Las cosas más importantes se expresan frecuentemente mejor con símbolos que con palabras.

El realismo y la eficacia del sacramento eucarístico viene del mismo Jesucristo, de su palabra viva, de la acción del Espíritu Santo. Jesús, anticipando sacramentalmente la ofrenda de su propia vida,“tomó pan, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo”. Y lo mismo hizo con la copa de vino: “Tomad y bebed: Esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”.

Si en el Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía, en el día del Corpus adoramos la presencia del misterio de Cristo en este sacramento admirable, la hondura y anchura de su amor. Por ser un sacramento, su verdad no está a flor de tierra, se necesita ahondar con mirada de fe. Sólo así nos desentraña su mensaje más hondo y nos entrega refrescante verdad.

La primera corteza que hay que traspasar es la del espectáculo, bellísimo por cierto, de la custodia, el incienso, los cantos y los pétalos de flores con que los cristianos han querido y quieren expresar, cada año, su admiración por el Sacramento y ofrecer, agradecidos, su obsequio al misterio de amor, de cruz y de gloria que esconde.

Hay que superar también la corteza de los signos del pan y del vino, tan humildes: Un Cristo que toma su propia vida y nos la entrega hasta dejarse moler y amasar como el pan, para hacerse Pan de vida; que derrama su propia sangre como vino que se deja pisar en el lagar para hacerse bebida de alegría en la mesa de la fraternidad.

Cuando nuestros ojos han sabido deletrear en la Sagrada Hostia el amor de Cristo que da su vida por los hermanos, deberíamos volver con una mirada que nos llevara a descubrirle en los que sufren, en toda vida rota, en todos aquellos que no tienen mesa, ni mantel, ni pan.

Adoremos la Eucaristía y participemos en la Santa Misa para ofrecer a Dios el verdadero sacrificio de alabanza, para seguir comulgando con el Cristo que se ha identificado con el pobre, con el abandonado, con el enfermo, con el inmigrante.

La caridad se nutre del misterio eucarístico. Por eso, el día del Corpus se celebra el Día nacional de Caridad. Caritas ha formulado para este año un objetivo liberador: “Los derechos humanos son universales, las oportunidades deberían serlo” Y lo concreta en la necesidad de una “educación integral” para todos los hombres.

Cáritas no pretende limitarse a hacer cosas por los pobres; quiere que sean comensales privilegiados del banquete del Reino. Por eso, tiene en cuenta la totalidad de sus personas y su desarrollo integral, cura sus heridas y alivia las carencias con que les ha marcado su historia, comparte con ellos su fe, su esperanza, su amor, nos empuja a todos a compartir con ellos los bienes materiales y espirituales. La Eucaristía ilumina la dignidad de los pobres porque el mismo Señor se identificó con ellos.

Cáritas representa a toda la comunidad cristiana, que ha de estar configurada en todos sus miembros por el dinamismo que mana de la Eucaristía. Valorad su servicio admirable, colaborad con sus proyectos, que no le falte nuestro apoyo, ni nuestra ayuda material y personal. Caritas es más viva y verdadera cuando nuestras comunidades comparten más y mejor lo que son y lo que tienen.