Julián Ros Córcoles

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2 de junio de 2024

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Hace un tiempo encontré sobre un altar lateral de la parroquia, cuidadosamente colocado un anillo de boda, una alianza que había sido destrozada, rota y retorcida. Llevaba grabado, como es habitual, la fecha de la boda y un nombre. Confieso que sentí mucha curiosidad y llegué a averiguar que la había dejado una persona cuyo matrimonio había fracasado muy dolorosamente. Con aquel gesto quería expresar su queja y decepción ante el Señor. Conservo aquella alianza rota como una pequeña industria humana que me ayuda a rezar por los matrimonios y también para recordar la “nueva y eterna alianza” con la que Jesús nos ha garantizado la fidelidad de Dios para siempre. La historia de la humanidad es un elenco de la fidelidad de un Dios que no se echa atrás ante nuestra frecuente infidelidad. El pueblo no hace lo que solemnemente promete. Sabemos por experiencia que no siempre “Haremos todo lo que manda el Señor”. Basta pensar en cómo vivo el mandamiento nuevo de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Nuestra esperanza es que Jesús sí que cumple su promesa: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)

La presencia real de Cristo en la Eucaristía que celebramos hoy y festejamos con la procesión del Corpus Christi es signo, sacramento de ese amor fiel nuevo y eterno, y también prenda de un futuro seguro que alienta nuestra esperanza de poder corresponder cada vez mejor al deseo de Jesús. Corpus y Cáritas se entrelazan así en este día como dos anillos inseparables. Como explica el papa Francisco: ¿Dónde “preparar la cena del Señor” también hoy? La procesión con el Santísimo Sacramento nos recuerda que estamos llamados a salir llevando a Jesús. Salir con entusiasmo llevando a Cristo a aquellos que encontramos en la vida de cada día. Nos convertimos así en una Iglesia con el cántaro en la mano, que despierta la sed y lleva el agua. Abramos de par en par el corazón en el amor, para ser nosotros la habitación amplia y acogedora donde todos puedan entrar y encontrar al Señor. Desgastemos nuestra vida en la compasión y la solidaridad, para que el mundo vea por medio nuestro la grandeza del amor de Dios. Y entonces el Señor vendrá, una vez más nos sorprenderá, una vez más se hará alimento para la vida del mundo. Y nos saciará para siempre, hasta el día en que, en el banquete del cielo, contemplaremos su rostro y nos alegraremos sin fin. (cf. Papa Francisco, Homilía 6 de junio de 2021).

Julián Ros Córcoles
Administrador Diocesano