+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
1 de junio de 2013
|
167
Visitas: 167
Dios es un solo Dios, pero no un solitario; en sí mismo es comunión de amor. Así se nos revela en el rostro de Cristo. Y lo mismo que el sol no puede no iluminar o el fuego no arder, así Dios sólo puede revelarse como el Dios de la comunión.
Este año nos acercamos al misterio de la Eucaristía a través de la página del Evangelio en que Lucas nos cuenta la multiplicación de los panes. Conocemos el acontecimiento, pero es interesante hacer la lectura en clave eucarística, como lo hace el tercer evangelista. Lo hacemos de la mano de la exégesis actual.
Con discretas pinceladas, el evangelista evoca, por una parte, el pasado del antiguo Pueblo de Israel, y, por otra, prefigura el futuro aún más luminoso del nuevo Pueblo de Dios. Mirando de reojo a la historia de la Antigua Alianza, el evangelista, en su redacción, acentúa los elementos que hacen referencia a lo obrado por Dios en favor de su Pueblo durante el éxodo en el desierto. También, en este caso, se trata de un lugar solitario: “Estamos en un sitio desierto”, constatan los Doce. La disposición de la gente, en grupos de cincuenta, parece una referencia clara a la organización de Israel en el campamento del desierto. En el evangelista Juan esta patente la referencia al Antiguo Testamento: “No fue Moisés quien os dio pan del cielo….”. Jesús, pues, alimentando a la multitud con los panes y los peces, desvela su identidad y se acredita como el Mesías que conduce y sustenta al nuevo Pueblo de Dios a través del desierto de la historia.
Lucas, desde la memoria del pasado, orienta la narración hacia los acontecimientos futuros. El primero es la última Cena. Es interesante notar que el evangelista pinta la secuencia central del milagro de los panes con los cuatro verbos de los que se servirá para describir los gestos de Jesús en el Cenáculo: “tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio”.
En el acontecimiento del pan, se transparenta también la cena de los discípulos de Emaús, página exclusiva del tercer evangelista, en que se recurre, una vez más, a los mismos gestos de Jesús: “tomar, bendecir, partir, dar”. Hay incluso algún detalle más que vincula los dos episodios: Uno es el verbo usado por el evangelista para describir la disposición de la gente: no de pie, ni con prisas, como en el antiguo éxodo, ni simplemente sentados, sino acomodados, como estaba Jesús con sus discípulos en el Cenáculo en la tarde del Jueves Santo, y como lo hará el Resucitado con los dos caminantes de Emaús en la tarde de Pascua. La multitud del desierto es invitada a realizar una auténtica experiencia de comensalidad, un verdadero y real acontecimiento convivial, que prefigura el banquete en el Reino de Dios.
Otro detalle sería la coincidencia horaria: “El día comenzaba a declinar”, se dice en, la narración de la multiplicación de los panes. “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”, dicen los de Emaús. Es la misma hora de la Cena del Señor, que, como cena pascual, tenía lugar al ponerse el sol. La multiplicación de los panes está, pues, en relación no sólo con la Cena Pascual del Señor antes de la pasión, sino también con la del Resucitado con sus discípulos, como acontece siempre en la santa Eucaristía.
Pero si queremos entender el sentido profundo del hecho de la multiplicación del pan debemos retomar el diálogo entre el Maestro y los Doce. El momento es crítico: la noche se echa encima y la gente necesita urgentemente comer. La propuesta de los discípulos, dado que no es factible comprar pan para tantos, es que Jesús despida a la gente. La respuesta tajante de Jesús suena así: “Dadles vosotros de comer”. Leyendo el texto paralelo de Marcos y la forma de construcción de la frase, es como si Jesús les instara a ir más allá de la lógica individualista de la compra-venta: un salto que, al parecer, no se atreven a dar los apóstoles al contar sólo con cinco panes y dos peces. Sería una locura. Como se ve hay una oposición radical entre el verbo comprar y el verbo dar. La realización del milagro es un gesto que no sólo habla de la omnipotencia o de la generosidad de Jesús. Es una revelación. La lógica del Reino de Dios, que es lo que quiere enseñar Jesús, no se rige por el verbo “comprar”, sino por el verbo “compartir”, porque, en el fondo, todo es un don de Dios. El esquema del comprar crea ricos y pobres. Hay que ir más allá. Más allá de la lógica de la propiedad, más allá incluso de la lógica de la simple solidaridad. La lógica del compartir se funda en la gratuidad, porque todo lo que tenemos lo hemos recibido directa o indirectamente de Dios. Sólo puede existir el mío o el tuyo en la medida en que esté supeditado al “nosotros”. En los sumarios del libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que “lo tenían todo en común. No había pobres entre ellos”.
No hay que olvidar que el pan eucarístico nace de la muerte del Señor. Por eso, entrar en la lógica del don significa dejarse “tomar, bendecir, partir, darse”. Significa aceptar darse en don de amor y entrega, como Jesús, para resucitar a una vida nueva. Sobre el altar hay un pan partido, y comenta san Agustín: “Sed lo que veis; ved y recibid lo que sois”.
¿Verdad que la multiplicación del pan tiene mucho que ver con la Eucaristía? Es lógico que el día del Corpus sea el Día Nacional de Caridad.