+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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21 de junio de 2014

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]R[/fusion_dropcap]ecuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto”, escucharemos en la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio. Es una llamada de atención al Pueblo de Israel, que, pasada la travesía del desierto y establecido ya en Palestina, vive una situación de bonanza económica. Es una advertencia fuerte a mantener viva la alianza con Dios ahora que el bienestar puede hacer olvidarla. El materialismo arrastra fácilmente al olvido de Dios y a la indiferencia religiosa. 

“Recuerda”: El recuerdo introduce nuevamente al fiel en la vivencia de la salvación, actualizando en el hoy los acontecimientos del pasado e implorando su actualización en el presente con la esperanza de la liberación plena.

La palabra memorial, tan significativa en el Antiguo Testamento, adquiere una fuerza singular en el Nuevo, especialmente en la Eucaristía. Las tres dimensiones del tiempo –pasado, presente y futuro- son convocadas en la unidad del memorial eucarístico. La Eucaristía es recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo, es certeza de su continua presencia como alimento del pueblo peregrino y es, por eso, anticipo del futuro que se espera.

En la fiesta del Corpus, como en toda Eucaristía, Cristo ofrece un alimento diverso a todo hombre, sobre todo al de nuestra civilización occidental, amenazado de muerte por el puro consumismo, por los nuevos ídolos de la tecnología y por un desarrollo unidimensional que ciega y nos hace olvidar nuestra condición de creaturas y el dolor de los otros.

En la homilía sobre el Eucaristía, que Juan sitúa en la sinagoga de Cafarnaún, Jesús hace la revelación del don del Pan de Vida y de su acogida en la fe: Un anuncio que sonó tan duro a sus oyentes que hasta puso en crisis a sus discípulos – “¿también vosotros queréis marcharos?”-. Un anuncio que la Iglesia primitiva acogió y proclamó con alegría en la fe y en la liturgia. Entre Cristo y el creyente se establece una especie de inmanencia recíproca, que el evangelista Juan expresó con el término “permanecer”: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en Él”.  

No es una presencia mágica, sino dialógica: a su permanecer en nosotros debe corresponder nuestra permanencia en Él por la fe.

A San Agustín, siglos más tarde, hablando de la Eucaristía se le encandilaban el alma y la palabra y exclamaba: “¡Oh misterio de unidad, oh vinculo de caridad!”. ¡Comunión con Cristo que hace la comunión entre todos los que participan del Cuerpo y la Sangre de Cristo! San Pablo ya lo había intuido y expresado escribiendo a la comunidad de Corinto, rota en grupúsculos sectarios: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan”.  

Nuestra comunión con Cristo es tan profunda y verdadera que ha de producir la comunión con los hermanos: Si la primera no fuera real, tampoco lo sería la segunda” (San Cipriano). Si esto es así, es indispensable verificar la autenticidad de nuestra Eucaristía sobre la base del amor concreto que genera en la comunidad eclesial; de lo contrario se queda en rito vacío. En la misma carta a los Corintios, San Pablo denuncia y condena las escandalosas desigualdades sociales que humillaban a la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Se trata de una exigencia siempre proclamada en la fe de la Iglesia, desde sus inicios.

En el Jueves Santo celebrábamos la institución de la Eucaristía y, a la vez, el Día del Amor Fraterno. El día del Corpus, a la vez que proclamamos públicamente nuestra fe y adoramos la presencia de Cristo en el sacramento, celebramos el Día de la Caridad.

Caritas nos recuerda que “el acceso a los recursos público se han reducido, que las rentas han caído a niveles del año 2000, que España es uno de los países con más desigualdades dentro de la Unión Europea, que, a pesar de que el clima mejora, el desempleo sigue todavía en unos niveles muy altos, que la pobreza por ser crónica es cada vez más intensa”. Y los obispos de la C.E. de Pastoral Social nos advierten que “la caridad comienza por abrir los ojos a la realidad, pero la realidad puede ser mirada y valorada de diferentes maneras. Podemos verla desde el beneficio de las grandes empresas, desde el fluir de los préstamos bancarios, desde los intereses del mercado, desde la reducción del déficit y los resultados macroeconómicos… o podemos leer la realidad desde el número de parados, desde los desechados por el sistema, desde las rentas mínimas y desde los recortes”. Hoy, día del Corpus se nos pide leer la realidad con los ojos de Dios, desde el lado de los pobres. No negamos que se haya iniciado una cierta recuperación, pero hay que mirar la realidad desde los “asfixiados por la crisis”.

Es una obligación de los poderes públicos no dejar de poner la vista sobre los que más sufren. Pero es responsabilidad también de toda la sociedad. La fiesta del Corpus nos llama a todos a ser instrumentos de liberación, a construir espacios que sean germen de un futuro mejor. Todos podemos y debemos cambiar nuestros hábitos de consumo, pensar en términos de comunidad y de bien común, apostar por los más débiles, priorizar la vida de todos sobre la apropiación indebida de los bienes por parte de algunos.