+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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17 de junio de 2017
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“[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]R[/fusion_dropcap]ecuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto”, escucharemos este domingo en la lectura del Deuteronomio. Es una llamada de atención al Pueblo de Israel, que, pasada la travesía del desierto e instalado en una vida sedentaria, podría olvidar la alianza hecha con Dios. El materialismo arrastra fácilmente al olvido de Dios y a la indiferencia religiosa.
“Recuerda”: El recuerdo quiere introducir nuevamente al fiel en la vivencia de la salvación. Al hacer memoria de lo acontecido en el pasado imploramos su actualización en el presente con la esperanza de la liberación plena en el futuro. Los misterios de la salvación se encuentran como anticipo y anuncio en el Antiguo Testamento; en Jesús se hacen acontecimiento, y en la Iglesia se actualizan mediante el sacramento.
Las tres dimensiones del tiempo –pasado, presente y futuro- son convocadas en la unidad del memorial eucarístico. La Eucaristía es recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo, es certeza de su continua presencia como alimento del pueblo peregrino y es, a la vez, anticipo del futuro que se espera.
Jesús nos ofrece un alimento singular, el pan de vida que es Él mismo, pan partido y entregado. Nos lo ofrece hoy a quienes vivimos inmersos en la civilización occidental, amenazados por el consumismo, seducidos por los nuevos ídolos de la tecnología, en peligro de empobrecernos en nuestra dimensión espiritual y humana por un desarrollo unidimensional, que puede cegarnos y hacernos olvidar nuestra condición de creaturas y la solidaridad con nuestros hermanos los hombres.
El hombre posee la cualidad admirable de poder hacer de un objeto un símbolo y de una acción un rito. Nuestra vida cotidiana está plagada de pequeños “sacramentos”: Un ramo de flores, por ejemplo, puede ser mucho más que un puñado de materia vegetal. Recibido como expresión de amor, podemos oír su voz y escuchar su mensaje, como si tuviera un interior y un corazón. El realismo y la eficacia de la Eucaristía, que van más allá de lo puramente simbólico, le vienen de la eficacia de la Palabra de Dios y de la acción del Espíritu Santo. En el sacramento del pan y del vino de la Eucaristía nos dejó Jesús el misterio de su amor entregado.
En la homilía sobre el Eucaristía, que el evangelista san Juan sitúa en la sinagoga de Cafarnaún, Jesús hace la revelación del don del Pan de Vida y de su acogida en la fe, un anuncio que sonó tan duro a sus oyentes que hasta puso en crisis a sus discípulos: “¿también vosotros queréis marcharos?”. Es un anuncio que la Iglesia primitiva acogió y proclamó con alegría en la fe y en la liturgia. Entre Cristo y el creyente se establece una especie de inmanencia recíproca: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.
A san Agustín, hablando de la Eucaristía, se le encandilaban el alma y la palabra y exclamaba: “¡Oh misterio de unidad, oh vinculo de caridad!”. ¡Comunión con Cristo que hace la comunión entre todos los que participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo! San Pablo ya lo había intuido y expresado escribiendo a la comunidad de Corinto: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan”.
“Nuestra comunión con Cristo es tan profunda y verdadera –decía san Cipriano– que ha de producir la comunión con los hermanos: Si la primera no fuera real, tampoco lo sería la segunda”. Si esto es así, es indispensable verificar la autenticidad de nuestra Eucaristía sobre la base del amor concreto que genera en la comunidad eclesial.
Por eso, así como en el Jueves Santo celebrábamos el Dia del Amor fraterno, hoy celebramos el Dia de la Caridad, del amor que se hace efectivo compartiendo lo que somos y tenemos.
“Llamados a ser comunidad” es el lema de Cáritas para esta jornada y también el lema del mensaje que, con este motivo, nos han dirigido los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. El descubrimiento de nuestro ser comunitario es el punto de partida para superar el individualismo. La espiritualidad del cristiano es una espiritualidad de comunión que capacita para sentir al otro, en la unidad del Cuerpo de Cristo, como “uno que me pertenece”.
Construimos comunión cuando descubrimos y reconocemos la dignidad del otro, imagen de Dios; cuando cuidamos la casa común, sintiéndonos solidarios con la realidad global de nuestro mundo; cuando trabajamos en favor de un desarrollo humano integral, porque “no sólo de pan vive el hombre”.
La Palabra de Dios a la vez que nos invita hoy a reconocer en el Pan eucarístico la presencia viva de Cristo y de su amor entregado y a ofrecerle el homenaje de nuestra adoración, nos anima a ser comunidad viva, a leer la realidad con los ojos de Dios, desde el lado de los pobres.
Nuestro reconocimiento y gratitud a Cáritas, a sus más de mil voluntarios, a todos sus colaboradores; gratitud que hago extensiva a las demás obras sociales, presentes en la Diócesis gracias a las comunidades religiosas y a los laicos cristianos.