Pablo Bermejo
|
27 de enero de 2007
|
357
Visitas: 357
Un día en clase de Ética cuando iba a cuarto de la E.S.O. me llamó la atención una fotografía al margen de la página que estábamos leyendo.
Aparecía un hombre andando en un parque una tarde de otoño, pisando las hojas caídas y abrigado de un fuerte viento. Debajo de la imagen decía que a todos nos llega el momento en el que nos preguntamos por el sentido de nuestra vida. Aquello me llamó la atención y comencé a preguntarme por el sentido de mi vida, pensando que la pregunta se refería a qué edad quería casarme y si debía estudiar más para sacar mejores notas.
Pasaron muy pocos años cuando, casualmente, en varios amigos míos y en mí se despertó esa curiosidad, esa ansiedad por saber que estamos andando el camino correcto y que lleva al lugar apropiado.
Esta pregunta duró mucho tiempo, y comenzamos a tener conversaciones de un estilo que nunca habíamos mantenido. Estábamos preocupados; había días que sentíamos tanto miedo de no encontrar lo que necesitábamos que hasta dolía. Con el tiempo esa sensación se apaciguó, pero quedó claro que había venido para quedarse. De vez en cuando, cuando nos hemos olvidado y no sentimos ninguna inquietud, vuelve a aparecer y nos pregunta si lo estamos haciendo bien, si estamos luchando por logar aquello por lo que hemos nacido. Todos tenemos muchas vocaciones pero, lamentablemente, cuesta muchos años y mucha experiencia descubrir una sola de ellas. Normalmente se puede descubrir a los treinta años más o menos, después de haber probado y desechado cantidad de ideas.
Pero al mundo le encanta decir que a esa edad ya es demasiado tarde para cambiar de rumbo. No puede haber muchas cosas más duras para el alma de una persona que decirle que ha llegado a donde puede llegar, y que no hay más; que no importa si ha errado el camino o si se ha quedado corto, ya es tarde para hacer algo al respecto.
En mi grupo de amigos, los hay que luchan y los hay que prefieren la pasividad y el encogimiento de hombros. Observando a gente admirable mucho mayor y mucho más joven que yo, he sacado como conclusión que tenemos como media 80 años para lograr alguno de nuestros objetivos y que, cuanto antes se comience a luchar por ellos, menos arrepentimientos sentiremos a lo largo del camino.