Pablo Bermejo
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26 de julio de 2008
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Recuerdo un día cuando tenía 6 o 7 años en el que estaba hablando con mi abuela y le dije que nunca había visto a mi padre llorar. Ante mi sorpresa, ella me contestó “es que tu padre llora por dentro”. No llegué a entender esta frase pero algo podía intuir. Durante varios días observé a mi padre y una noche le pregunté: “papa, ¿ahora estás llorando por dentro?” Ni yo entendía aún ese concepto y él menos entendió a qué venía esta pregunta. Veinte años después, quizá por aquella historia, admiro a la gente que llora por dentro y respeto enormemente a los que no pueden evitar sus lágrimas o incluso gemidos de lamento. Con lo que no estoy de acuerdo es con las personas que se dedican a medir la pena en un funeral o la alegría en una boda por las lágrimas que la gente lanza. Una vez, hablando sobre una boda a la que habíamos asistido, un amigo me dijo sin ton ni son: “y que sepas que Lucía fue la que más lloró”. Lucía era su novia, y me estaba diciendo que la que más se alegró en ese día fue ella porque, decía, observó cuánto lloró cada uno y ella fue quien se llevó la palma.
Pero sin duda el peor recuerdo que tengo al respecto ocurrió tras la muerte de un familiar. Tres meses después de esta muerte, escuché a un primo hablar por teléfono con un amigo de la familia mientras le decía: “cuando murió, se lo dije a Pedro por teléfono y no veas cómo lo sintió. No podia hablar. Pero la que más lloró fue Eva, se pasó dos días llorando… Yo creo que es la que más le quería”. Me recordó a las historias que dicen que antiguamente se pagaba a ancianas para que fueran a gritar y llorar a los entierros. No puedo entender que en funerales o bodas haya siempre alguien buscando quién está llorando y, peor, quién no llora.
A mí por supuesto no se me ocurre pasar el escáner por todos los asistentes a ver quién tiene los ojos más llorosos. Personalmente, soy de los que intentan no llorar en público, para bien o para mal. Una vez, en un entierro, se acercó a mí una persona mayor y me dijo: “llorar es bueno”. Me quedé atónito. Por supuesto que llorar es bueno, digamos que es genial, pero por favor, déjenme decidir si el que yo llore va a ayudar o perjudicar más al principal afectado en la muerte. Y permitamos a la gente vivir su pena sin contabilizarla.
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