Juan José Fernández Cantos
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2 de marzo de 2025
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“Consolad, consolad, consolad a mi pueblo”. Así comienza la segunda parte del libro del profeta Isaías. El autor relata el regreso del pueblo de Israel a Jerusalén, de donde fueron arrancados por Nabucodonosor. El trauma del desarraigo y la esclavitud crea en ellos una experiencia de supervivencia. ¿Cómo gestionar esta catástrofe? A través de la memoria colectiva, que acabará construyendo una identidad común. Se trata de ver cómo el pasado de un grupo condiciona su presente, encarnándose en prácticas y creando un marco narrativo. Por ello, hemos de ver la memoria en relación a la creación de la identidad, en este caso, la de los israelitas. Lo hacemos desde un enfoque sociológico del conocimiento: memoria, identidad y relato, anotando que la memoria narrada no siempre se corresponde con historia documentada.
El pasado, aunque no haya sido experimentado de forma colectiva, se convierte en un elemento formativo para orientar a los individuos que forman la colectividad.
El trauma, el acontecimiento en sí mismo, se observa como modelo de construcción social. Se trata de cómo se percibe y se acepta el acontecimiento. El trauma es una huella que condiciona el futuro, rompiendo el tejido social y afectando a la cohesión del grupo.
La memoria compartida, aunque no todos hayan vivido la misma experiencia, contribuye a la construcción de una nueva identidad en Jerusalén. Cuando convergen la memoria y la crisis, aparece el sufrimiento compartido. Se genera entonces una solidaridad con el dolor padecido, lo que puede dar lugar a la proyección de un «nosotros» y un «ellos», uniendo a la comunidad frente a un enemigo común.
El sufrimiento y su elaboración consolidan un proyecto identitario de retorno a la tierra prometida. Tras sentir que Dios los había abandonado y experimentar la culpa, el aislamiento, la negación, la depresión y, finamente, la aceptación, comprenden que la única salida es sanar las heridas del pasado y confiar en el Dios de la vida, aquel que hace salir el sol para buenos y malos, para justos e injustos, pero que nunca deja de proponer su misericordia y capacidad de sanación.
Quizá esta enseñanza nos ayude en la búsqueda de la verdad, a la hora de curar tantas heridas que la violencia y el sufrimiento aún no han permitido sanar. “Consolad, consolad a mi pueblo”.