Mons. D. Ángel Fernández Collado

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1 de noviembre de 2021

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]ementerio Municipal de Albacete, 02 de noviembre de 2021

Hoy, 2 de noviembre, al día siguiente de festejar el triunfo de los grandes atletas de Dios, en la Solemnidad de Todos los Santos, fijamos nuestra mirada en aquellos que nos han precedido en el camino de la vida, los Fieles Difuntos.

Entendemos, como dice la Sagrada Escritura, que es una acción valiosa, justa y necesaria, una obra de misericordia, rezar por los difuntos. Como cristianos tenemos la seguridad, afianzada en nuestra fe en la Resurrección de Jesucristo, de que la vida no termina en la muerte terrenal, pues a todos nos aguarda la eternidad, la vida eterna. ¿Nos espera alguien? Ciertamente sí, nos espera Jesucristo Resucitado. 

El Evangelio está lleno de palabras de resurrección que nos infunden confianza y seguridad: “Yo soy la resurrección y la vida”; “quien cree en mi tiene vida eterna”, “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene ya vida eterna”. 

El amor hacia las personas a quienes hemos querido y que nos han querido, y que ya no están entre nosotros porque han fallecido, nos permiten acercarnos con esperanza junto a ellos. Son familiares, amigos, conocidos con quienes existían lazos de fe y amistad que nos mueven a recordarles y a rezar por ellos, por si necesitan de nuestra ayuda espiritual para vivir eternamente en el cielo, junto a Dios.

Este recuerdo nace de nuestro corazón, de nuestro recuerdo y cariño hacia ellos. Le fe en Cristo resucitado y la esperanza también de nuestra futura resurrección y de una vida plena en el cielo, junto a Dios, reafirman nuestra oración por todos ellos. De nuestro corazón surge un agradecimiento emocionado hacia ellos porque, entre otras cosas, han dejado en nosotros una gozosa y profunda huella con sus palabras y sus buenas obras.

Jesús de Nazaret, después de su muerte en la cruz, fue enterrado en un sepulcro, estuvo tres días en El y, al tercer día, resucitó. Y les dijo a los apóstoles que existía un Dios, Padre suyo y Padre nuestro, que nos esperaba. Que había vida para todos los que creyeran y esperaran en El. Sus palabras son claras y alentadoras: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. 

Si Jesús es la Vida, tendremos vida abundante; si Jesús es la Verdad ¿por qué no vamos a creer en su promesa de que un día resucitaremos con El? Si Jesús es el Camino, ya sabemos por dónde hemos de avanzar para no quedarnos sumidos en la desesperanza o en el desasosiego, en la tristeza o en la amargura. 

Lo esencial en nuestra fe es que, al haber resucitado Jesucristo, todos los que creemos en Él tenemos asegurada una vida sin fin, una vida eterna en el cielo. Sin esta creencia nuestra fe sería absurda, vana, como nos dice San Pablo. El prefacio de difuntos nos dice: “la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma”. Como se transforma el gusano de seda en mariposa, o el grano de trigo, podrido en el surco, se transforma en una preciosa espiga.

Hoy la gran familia de la Iglesia se reúne para implorar y recordar que la misericordia de Dios es inmensa e ilimitada. Que, en sus brazos abiertos, esperamos que se encuentren ya todos aquellos que cerraron los ojos a este mundo deseando abrazarlo y contemplarlo de cerca en el cielo.

Hay momentos en que nos preguntamos ¿Dónde están los nuestros difuntos? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Cómo están y dónde se encuentran? Nuestra fe nos responde con prontitud y rotundidad: En las manos de Dios.

Tranquilizados, rezamos por ellos, para que lejos de olvidarles, sigan presentes en nuestra vida diaria, en nuestra oración, en la Misa que ofrecemos por ellos. Oramos por ellos por si en algo nos necesitan y, a la vez, nos ponemos bajo su protección, si ya están junto al Señor.

Oramos para que, el testimonio que nos dejaron con sus palabras y sus buenas obras, lo mantengamos vivo y presente en nuestras vidas; para que la fe que profesaron, sea también para nosotros como un revulsivo para mantener al día nuestra esperanza en el Señor Resucitado.

Nuestra celebración hoy es una expresión de fe y amor que nos reafirma en la seguridad y confianza de que nuestros seres queridos, sacerdotes, religiosos y religiosas, familiares y amigos, aunque no los veamos, están cerca de nosotros y nosotros cerca de ellos, pues, están envueltos en el cariño de Dios, disfrutando de la belleza de Dios y de su amor misericordioso.

Ángel Fernández Collado

Obispo de Albacete