Manuel de Diego Martín

|

7 de julio de 2012

|

163

Visitas: 163

El mes pasado se celebró en Dublín el 50 Congreso Eucarístico Intencional. Tuve la suerte de participar en el mismo, y quiero haceros conocer algo de lo que viví en aquellos días con mucha emoción y creo que también con fruto.

La primera impresión que saqué es que cuando nos entristecemos cogidos por el pesimismo, mirando nuestro pequeños rodales, pensando qué mal van nuestras comunidades, qué pocos son los que van a misa, qué va a pasar con nuestra Iglesia en unos años, al encontrarte con acontecimientos como este se te ensancha el corazón hasta llegar a decir: “!qué grande y qué hermosa es nuestra Iglesia, cuánta  gente de toda raza, lengua, pueblo y nación, como dice el Apocalipsis, fija su mirada con todo fervor en Cristo, que se hacia presente en el Smo. Sacramento del Altar!”

El lema del congreso era: “La eucaristía, encuentro con Cristo y con cada uno de nosotros”. Aquí no se trata de una afirmación genérica, con los demás, que a veces queda en las buenas intenciones de estar en paz con todos, cuando en realidad no se está con nadie. Aquí se  habla  de una exigencia personalizada que exige no cerrarnos a nadie.

Me llamó la atención que celebraciones, tan multitudinarias, tuviesen como común denominador la participación activa de todos. Allá había coros grandiosos que animaban el canto, pero el objetivo era conseguir que todo el mundo cantase. Se repartieron miles de libritos para que todos pudiesen seguir las ceremonias, y para los que no éramos de lengua inglesa, auriculares que nos permitían seguir las traducciones simultáneas.

Me sobrecogió el alma la catequesis que nos dio un cardenal de Filipinas que analizando las exigencias que conlleva el comer el Cuerpo de Cristo que deben traducirse en relaciones de amor y fraternidad, al hacer la descripción de lo que sucede a veces, se preguntaba: ¿cómo pueden darse entre cristianos relaciones de dominio, de manipulación y esclavitud? Pensando, tal vez, en hechos reales, al prelado le entró la emoción y llegó un momento en que las lagrimas le afloraban, la lengua se le hizo un nudo en la garganta y no podía hablar.  Al final se sobrepuso y acabó su bellísima catequesis impactándonos a todos y llevarnos a la conclusión de que la fe en la Eucaristía no puede por menos que llevarnos a ser más fraternos los unos con los otros.

Se clausuró el Congreso con una solemne Eucaristía en un grandioso Estadio. La presidió el Cardenal Legado Pontificio que nos animaba a hacer nuestro el mensaje de la gigantesca pancarta: “Convertirnos en aquello que recibimos”.  Vivir, ser y sentir como Jesús. El Santo Padre en su mensaje a través de las pantallas nos animó a vivir de la Eucaristía  y que nunca más se den entre nosotros esos pecados que crucifican a Jesucristo. En el ambiente estaba el reconocimiento de todo el mal que se ha hecho con el tema de la pederastia y la petición más humilde de perdón.