Manuel de Diego Martín

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24 de diciembre de 2011

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En este día mi reflexión semanal, mi punto de vista es obligado. No puede ser otro que desear una Feliz Navidad a todos los que se acerquen a esta columna.

Cuando en nuestros ambientes del mundo occidental, como tantas veces repite el Papa, se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, incluso un verdadero rechazo del cristianismo o una negación de la fe recibida, que es el mejor patrimonio que nos dejaron nuestros mayores, hoy no queda otra que caer de rodillas delante de ese Niño que nace en Belén, que el Hijo de Dios y que lleva por nombre Jesús, que significa Salvador.

Así pues en medio de tantas oscuridades, de tantas incertidumbres, de tantos desequilibrios, de tantas crisis de valores humanos y cristianos, hoy nos atrevemos a decir que hay salvación. Y cuando hablamos de esta salvación no nos referimos a la que nos puede traer el nuevo equipo de dirigentes que gobiernen nuestro País, o la Comunidad Europea capaces de superar crisis y desajustes económicos y sociales. La salvación que nos trae Jesús es mucho más honda, mucho más alta porque penetra en lo más íntimo del ser humano. Esta es una salvación tal que le ayuda al hombre a entender qué significa ser hombre, le ayuda a vivir una vida con sentido, le hace comprender la grandeza que lleva dentro y le impulsa a vivirla en plenitud.

Este Niño nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Quien me sigue no anda en tinieblas, y yo le puedo dar la vida eterna”. Así pues comprendemos que el hecho de ser cristiano no se reduce a estar dentro del mundo con una idea filosófica, o abrazar una determinada ideología o una forma de vida más o menos saludable. El ser cristiano consiste el encontrarse con un Tú, el Hijo de Dios, que de una manera asombrosa, fuera de todo cálculo humano, ha venido a nuestro valle, ha entrado en nuestra historia. El nacimiento del Niño Jesús en Belén marca el acontecimiento más grandioso de toda la historia y determina todo el devenir de la humanidad.

Vivir la Navidad de verdad, significa vivir un encuentro amoroso con nuestro Señor Jesús, nuestro creador y redentor. Cuanto más nos acerquemos a Él, más nos acercamos a la plenitud de vida. Por eso la oportunidad que se nos brinda hoy es inefable. Cargados de toda razón podemos gritar: ¡Feliz Navidad!