Manuel de Diego Martín
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28 de noviembre de 2015
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El pasado jueves participé en la Eucaristía de un colegio que celebraba sus fiestas patronales. ¡Qué gozo ver a tantos chicos y chicas de la ESO acercándose a comulgar! Pero observé que algunos, tanto chicos como chicas, tenían la mala costumbre de coger a voleo con la mano la santa Hostia, darse la media vuelta y de camino a su sitio echársela a la boca. No pude dejar, al menos en dos casos, de seguirles con la mirada hasta que comprobaba que ya estaba en la boca. Entonces tuve el atrevimiento de decirles que debían comulgar delante del sacerdote. Tal vez algunos dirían, ¡qué cosas tiene este cura, qué mismo da!
Ya comprendéis que no da lo mismo. Estos días hemos recibido una noticia que nos ha dejado a todos consternados. Me refiero a lo sucedido en Pamplona. Un artista tuvo la desfachatez de irse echando Formas consagradas al bolsillo y después en una Exposición cultural escribir con esas santas Hostias la palabra “Pederastia”. Ya veis que es una velada y malvada acusación de que los curas que celebran la Santa Misa andan en ese gremio. Si lo hubiera hecho con formas sin consagrar, sería muy irreverente y demencial. Hacerlo con Formas consagradas es un gravísimo sacrilegio. No quisiera estar en la piel de ese pobre muchacho que muestra lo que puede dar de sí una pobre criatura.
Estos días del final del Año litúrgico estamos leyendo en la misa al profeta Daniel. En una de esas lecturas vimos cómo el rey Baltasar estaba banqueteando con sus mujeres y concubinas en una orgía de mucho cuidado, y entre otras extravagancias estaba usando los vasos sagrados robados por su padre al Templo de Jerusalén. Y de golpe, en la pared aparecen tres palabras escritas: “contado”, “pesado” “dividido”. El rey se quedó sin aliento, le entrechocaban las piernas de miedo. Y llamó al intérprete Daniel que le dijera qué significaba aquello. Y el Profeta le dijo simplemente que había llegado su fin, pues no tenía derecho a seguir haciendo el bestia y celebrando orgías con los vasos sagrados. Pues con las cosas de Dios no se juega. Y así acabó tristemente la vida de este pobre rey.
Nos hace falta que vuelva el profeta Daniel para decirle a este artista y a todos aquellos que justifican esta maldad con la cacareada libertad de expresión que con las cosas de Dios no se juega y con el mismo Dios menos aún. Pues en ese pan blanco está el mismo Dios, aunque vosotros tanto el artista, como los dirigentes que permiten dichas exposiciones y los que aplauden hasta con las orejas estas cosas, ahí está el mismo Dios. Ya que sois ignorantes, procurad, al menos, no ser blasfemos.