Antonio Manuel Tomás Pérez
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23 de julio de 2022
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Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.
Al hilo de las palabras del evangelio me surgen dos preguntas.
Primera: ¿De verdad tenemos que pedirle a Dios las cosas, no sabe Él que lo necesitamos? ¿No lo sabe todo? Segunda: Yo pido y pido, y pido a Dios y Dios no me concede lo que pido. ¿Por qué?
Ante la primera pregunta creo firmemente que a Dios hay que pedirle, pero también creo que no podemos quedarnos en la primera parte de la frase del evangelio. No sólo hay que pedirle, también hay que buscarle, llamarle… tenemos que hacerlo; no porque Él no sepa lo que necesitamos, sino porque nosotros necesitamos decírselo, necesitamos buscar su rostro, llamar a su puerta. Me refiero a la oración, a la relación íntima con Dios, a la relación “con aquel que seguro nos ama” (Santa Teresa de Jesús), con el Amado (San Juan de la Cruz). Y… la oración es un proceso constante, de todos los días, de insistencia permanente. ¿Tenemos que pedirle a Dios?: Tenemos que ser constantes en la relación personal con el que nos ama. Cuando Jesús está orando, los discípulos se dan cuenta de que Jesús se transforma en la oración, hay algo especial, y le piden que les enseñe a orar como lo hace él. Jesús aprovecha entonces para dar una catequesis sobre el significado de la oración utilizando el Padrenuestro para enseñarnos cómo tiene que ser nuestra oración: comunicación en profundidad con Dios.
Con la segunda pregunta: yo pido y no me conceden, habría que tener mucho cuidado con culpar a Dios de las cosas que no conseguimos. ¿Será cuestión de que tengamos ya actitudes adultas alguna vez en nuestra vida? Porque por mucho que nos empeñemos, no podemos considerar a Dios como un mago maravilloso, apagafuegos de nuestros problemas. Sabemos todos, por propia experiencia, que el mundo, la existencia, la vida no funcionan así. Dios no es un titiritero que hace y deshace a su antojo rompiendo, cuando le da la gana, las leyes de la naturaleza. Esta idea de Dios ha provocado muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada. Muchas increencias, ateísmos, abandonos, rencores a Dios surgen así: “Dios no me hace caso, yo tampoco a Él”.
A lo mejor deberíamos entender el Evangelio en su conjunto. Junto con la petición están la búsqueda y la llamada. No es cuestión de pedir bienes externos, milagros sobrenaturales… Sabemos que Dios no actúa así ¿Lo sabemos? Dios no concede cosas, Dios se da a sí mismo. Nunca el Señor manda gracias por correo, nunca; las lleva Él mismo, se ofrece Él mismo y actúa desde dentro de nosotros y desde lo que somos.
Las personas siempre andamos buscando, necesitamos buscar y llamar a la puerta con la confianza de que encontraremos y de que se nos abrirá. Si algo hemos de reaprender en estos tiempos de crisis y desconcierto es la actitud del que confía: confiar en Dios, confiar en la vida, confiar en las personas que nos rodean. Confiar no como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores, o como una postura pasiva e irresponsable: “como confío en Dios no me preocupo de nada”. Confiar es una actitud activa, proactiva, siempre dinámica. Cuando uno confía, siempre camina, va hacia delante. La confianza requiere humildad para pedir, es decir, para reconocer que somos necesitados, para reconocer que nosotros queremos y a veces no podemos.
Pedir, buscar y llamar a todas las puertas frente a las contradicciones, conflictos e interrogantes que tenemos. La actitud final es la de confianza. Pase lo que pase Dios estará a nuestro lado, más aún, estará en nosotros, en lo profundo de nosotros. Esta es la confianza de que a Dios ya lo llevamos dentro, ya somos en Dios.
Así que, con confianza: pedid, buscad y llamad.
Antonio Manuel Tomás Pérez
Diácono cooperador del Villar de Chinchilla