Mª Angeles Zafrilla Cifuentes

|

17 de noviembre de 2024

|

16

Visitas: 16

La naturaleza llegó como una ola y nos arrasó, nos envolvió, no nos dejó tregua, ni respiro, ni pudimos prepararnos, ni esperarla. Llegó y arrasó vidas, ilusiones, casas, cosas, corazones, familias y dejó desolación, vacío, tristeza, desconcierto, un profundo dolor.

Yo no sé qué se puede sentir ante un fenómeno así, no soy capaz de ponerme en el lugar de quienes la han sufrido ni de imaginarme qué se puede sentir cuando tu vida ya no se parece a tu propia vida, cuando pierdes aquello que habías atesorado con tanto esfuerzo, tanto tesón, tanto cariño y aún después de haberlo perdido todo te das cuenta de que eso no era lo verdaderamente importante porque muchos también han perdido lo verdaderamente importante, la vida propia o la de aquellos a quienes  querían. Con el alma y el corazón encogido solo puedo rezar para que no pierdan la esperanza.

Y los que no hemos sufrido la DANA ¿Seguimos viviendo en la queja, pensando en lo que nos falta o no nos gusta?? La DANA es una lección de humildad, de desapego. Es momento de reordenar las prioridades, de valorar lo preciado de cada momento, de saber que debemos vivir con coherencia, que el momento presente no vuelve, que cada oportunidad que se pierde de ser amable, cariñoso, detallista no vuelve y que tenemos que aprovecharla ahora porque mañana no sabemos en qué forma llegará. Nunca se sonríe ni se dice te quiero demasiado. No pierdo la esperanza de que seremos capaces de hacerlo.