+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
|
14 de mayo de 2021
|
114
Visitas: 114
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]omenzamos hoy la celebración de la Novena a nuestra Madre, María Auxiliadora. Lo iremos haciendo con todo el cariño del mundo porque ella es nuestra Madre del cielo a quien queremos y de quien recibimos ayuda, consuelo y auxilio. De ella hablaremos hoy y los próximos días. Intentaremos conocer mejor a María, para amarla más, a través de los ojos de San José.
Inicio yo la reflexión hablando de los “Desposorios de María y José”, de su casamiento y circunstancias.
San José, hizo las veces de padre legal de Jesús en la tierra, y fue verdadero esposo de María, Reina del universo y Señora de los Ángeles. José fue elegido por Dios Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros: de Jesús, su Hijo, y de María, la esposa de José, y Madre virginal del Hijo de Dios. Y José y cumplió su oficio con absoluta fidelidad. No es fácil describir cómo fueron los desposorios de José y María, pues nos acercamos al gran misterio divino de la salvación de los hombres: la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se hace hombre para salvar a los hombres y para que todos alcancemos a vivir eternamente con Él en el cielo. Y Dios elige el camino normal para hacerlo realidad: un hombre y una mujer, una familia.
Dios se fija en María para que sea la Madre del Hijo de Dios, y la habla de su proyecto a través de las palabras del arcángel san Gabriel. Éste la saluda con estas palabras y la dice: “Dios te salve María, llena de gracia, el Señor está contigo”. Y añade, levantándola el ánimo: “No temas María porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. María entiende que Dios la ha elegido para ser la Madre del Hijo de Dios. Y María, sin entender cómo sería posible este hecho, pues era virgen y deseaba serlo de por vida, acepta la voluntad de Dios, se fía de Él y se pone en sus manos: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y, desde su disponibilidad, pregunta confiada a Dios ¿Y cómo será eso pues no conozco varón? El ángel le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35).
Dios se fija también en José y éste en sueños, mientras dormía, escucha también la voz de Dios que le dice: “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella es obra del Espíritu Santo”. “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). De esta forma José recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio.
Partimos de esta realidad, María, estaba predestinada para ser Madre de Dios, aunque ella no lo sabía. Había crecido y ya era una joven mujer. Dios la prepara para un matrimonio santo que custodiará su virginidad. El Hijo de Dios, Jesús, hecho hombre, Mesías de Israel y Redentor del mundo, había de nacer y crecer en el seno de una familia, la sagrada familia de Nazaret.
Como era costumbre, se concertó el matrimonio de María con José, el artesano de Nazaret. Los Evangelios nos dan pocas noticias sobre el esposo de María. Sabemos que pertenecía también a la casa de David, y que era un hombre justo, bueno (Mt 1,19), y cumplidor de la Ley del Señor. El evangelio de san Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba “desposada con un hombre llamado José, de la casa de David” (Lc 1, 27).
El evangelio de San Lucas narra que cuando el Arcángel Gabriel le anuncia, de parte de Dios, la concepción de un hijo, María responde: ¿Cómo se hará esto pues no conozco varón? (Lc 1,34). Esta respuesta, cuando ya era la prometida de José de Nazaret, muestra que María tenía la firme determinación de permanecer virgen. La Tradición de la Iglesia explica esa firme determinación como fruto de una inspiración especialísima del Espíritu Santo, que estaba preparando delicadamente a la que iba a ser Madre de Dios. Ese mismo Espíritu la hizo encontrar al joven que sería su virginal esposo, José.
Es lógico pensar que -antes de celebrarse los desposorios- María comunicó a José su propósito de permanecer virgen. Y José, preparado por el Espíritu Santo, descubriría a María su propósito de dedicarse en alma y cuerpo al Señor. Sus corazones se llenaron de alegría y de una gran paz interior al abrirse mutuamente sus corazones y sentimientos. Sus voluntades se unieron en una: cumplir la voluntad de Dios, ser dóciles colaboradores del proyecto de Dios, lleno de amor, de salvar a todos los hombres a través de Jesucristo, hecho hombre.
José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo, fue un verdadero matrimonio. Juan Así lo afirmó públicamente san Juan Pablo II en una de sus catequesis marianas, en la audiencia del 21 de agosto de 1996.
Ciertamente todo es muy sobrenatural en esta escena de la vida de María y José y, al mismo tiempo, es todo muy humano. Esa misma sencillez -tan propia de las cosas divinas- explica las narraciones piadosas que pronto se formaron sobre los desposorios de María y José, y que han quedado inmortalizadas en el arte y la literatura.
El lugar de los desposorios seguramente fue en Nazaret. Cuando la familia de María llegó a un acuerdo con la de José, se celebrarían los esponsales, que en la Ley mosaica tenían la misma fuerza que el matrimonio. Pasado algún tiempo, el esposo debía conducir a la novia a su propia casa. Parece que en este espacio de tiempo tuvo lugar la Anunciación del ángel a María. En el momento de la Anunciación, parece que María se encuentra en la situación de esposa prometida. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.
El episodio de los desposorios con José reviste gran importancia en la vida de la Virgen María. José era de la estirpe real de David y, en virtud de su matrimonio con María, transferirá al hijo de la Virgen -Hijo de Dios- el título legal de hijo de David, cumpliendo así las profecías. A José, noble de sangre y más noble aún de espíritu, la Iglesia le aplica el elogio que la Sabiduría divina había hecho de Moisés: “fue amado de Dios y de los hombres y su memoria es bendecida” (Sir 45, 1). María sólo sabe que el Señor ha querido desposarla con José, un varón justo que la quiere y la protege. José sólo sabe que el Señor desea que sea el custodio de María y del niño al nacer. Mientras tanto, el pueblo de Israel ignora la existencia de esta pareja de recién casados. José aparece siempre callado. María siempre discreta. Y Dios se complace en ellos por su santidad y comportamiento ejemplar, y los ángeles se admiran desde el cielo cantando alegres: “Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en el cielo”.