Manuel de Diego Martín

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14 de agosto de 2010

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Dicen que detrás de un gran hombre, siempre se encuentra una gran mujer. Pongamos el ejemplo de una buena madre, que moldeó el corazón, la inteligencia y la voluntad de su hijo que llegó a escalar cotas de grandeza. La relación de Mónica y su hijo Agustín puede ser uno de estos casos. Pongamos el caso de una esposa que fue el mejor apoyo para que su marido diera respuesta a los grandes retos que la vida le presentaba. Creo que la recíproca también es verdad. Detrás de una gran mujer se encuentra con frecuencia un gran hombre.

El miércoles pasado celebrábamos la fiesta de Santa Clara de Asís. Esta muchacha nacida en la Edad Media, en un ambiente rico y burgués, tuvo la suerte de recibir una buena educación cristiana. Ella sentía un gran amor a Dios que cultivaba en su oración y se encontró con un gran hombre llamado Francisco. Su paisano hablaba un día de la dama pobreza, de la libertad que se encuentra en la radical pobreza para servir a Dios. Clara ha encontrado lo que ansiaba. Ella eso es lo que quería, vivir para Dios en absoluta pobreza. Francisco interpretó mejor que nadie sus anhelos. Así pues a los dieciocho años deja su familia, sus riquezas, para iniciar una vida nueva.

Así nacen los monasterios de monjas clarisas, que hoy están extendidas por todo el mundo para seguir el carisma de Santa Clara y S. Francisco en el seguimiento radical a Jesús en pobreza. Santa Clara habla mucho de ese espejo en que siempre tenemos que mirarnos, ver a Jesús en el pesebre y en la cruz. ¿Puede haber mayor pobreza, mayor desprendimiento?

El otro día estuve en la Aguilera, un pequeño pueblo de Burgos. Allá se encuentran ciento cincuenta monjas, en su mayoría jóvenes que quieren seguir el camino de Santa Clara. Se queda uno sobrecogido al ver lo que por allí se respira. Al ver la alegría, la paz y la felicidad que respiran aquellas chicas tan guapas, te recuerdan que así sería la jovencita Clara en su tiempo. Lo más importante es saber que lo que vivió y sintió Santa Clara en aquellos lejanos tiempos, también es válido para nuestros días.