Manuel de Diego Martín
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11 de agosto de 2012
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Hay un dicho que afirma que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Yo creo que en el caso de S. Francisco y Santa Clara se cumple perfectamente. Podemos decir que la grandeza de Francisco hizo surgir a una mujer muy grande, o bien la grandeza de Clara hizo que Francisco fuera más grande aún. Así nos lo hace ver un comentarista de nuestro tiempo cuando afirma que nadie ha realizado jamás con mayor plenitud el ideal concebido por Francisco que santa Clara.
Ayer celebrábamos la fiesta de Santa Clara de Asís. Dos razones me empujan a dedicarla el tema de reflexión que tengo cada semana. En primer lugar para agradecer al cielo el regalo que esta bendita mujer nos ha dejado a la diócesis de Albacete, nada menos que dos comunidades de religiosas Clarisas, una en Villarrobledo y otra en Hellín. Durante siglos la benéfica lluvia de gracias que supone el carisma de Santa Clara ha regado nuestras tierras.
En segundo lugar quiero recordar que este año hemos celebrado un gozoso Centenario, ochocientos años, en el año 1212, en que aquella jovencita, una niña bien, guapa y rica, llamada Clara vestida de fiesta en el domingo de Ramos fue a la Catedral a recoger la palma de manos del Obispo, y ya no volvió a casa. Marchó a la Porciúncula y allá Francisco cortó sus rubias trenzas y se vistió de un oscuro sayal como signo de que ella quería consagrarse a Dios para vivir a la manera de su admirado paisano.
Esta muchacha con otras chicas formaron la primera comunidad de Clarisas. Esta orden femenina nacía con una peculiaridad, conseguir del Papa un privilegio. ¿De qué privilegio se trataba? El privilegio de no poseer nada propio. Dicho así parece un trabalenguas pues siempre hemos pensado que los privilegios suponen tener algo, tener algo que otros no tienen. Para aquellas religiosas que nacían el mejor privilegio era no poder tener nada, vivir sólo de la Providencia, de limosna, pues hasta aquel momento para entrar en la vida religiosa se requería tener bienes, tener su dote. Así vemos como Clara, una chica que vivía en la más refinada abundancia rompe con los esquemas de su tiempo para hacer entender lo que es una vida totalmente entregada a Dios desde la máxima pobreza.
En este tiempo estamos perfilando programas pastorales para ver cómo podemos hincar el diente para llevar adelante este proyecto llamado “nueva evangelización”. En un mundo tan secularizado y materialista, nos hacemos la pregunta ¿Qué hacer para que el evangelio llegue a las gentes, llegue a los jóvenes, a veces, tan llenos de cosas y tan vacíos de valores, tan vacíos de Dios? Muchos dicen que un buen camino para saber lo que hay que hacer es acercarnos a los santos y ver lo que ellos hicieron. Hoy nos encontramos con Santa Clara, pues ella si marcó un camino de evangelización admirable. Que su recuerdo, su vida nos haga romper con tantas cosas comos nos aprisionan para encontrarnos con libertad ante Dios.