Manuel de Diego Martín
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28 de mayo de 2011
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Hace unos días ha salido a la luz un libro escrito por un conocido periodista que se titula “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?” Se trata de una serie de entrevistas que el autor hace a diferentes muchachas que tomaron la decisión de pasar su vida encerradas en un convento de clausura.
Pues bien, el día 15 de mayo, en el Monasterio de Santa Clara de Hellín, se celebró un gozoso acontecimiento. La Hna Marta, originaria del Salvador, en plena juventud, hacía su profesión solemne, es decir sus votos perpetuos de pobreza, obediencia y castidad para vivir siguiendo el carisma de Santa Clara en una vida de clausura.
No es fácil explicar a la gente, ni aún a los mismos cristianos, esta forma de vida, que lleva dentro de la Iglesia una andadura de tantos siglos. En concreto las Franciscanas Clarisas celebran este año el octavo centenario en que aquella guapísima joven de Asís, llamada Clara, tomó la decisión, a los pies de Francisco, de vivir esta vida en pobreza, fraternidad y clausura. Y enseguida nos viene la pregunta del periodista. ¿Qué hacen chicas de nuestro mundo moderno en sitios como éstos? Y la verdad es que para nuestra mentalidad moderna hacerse entender es tan difícil como explicar los colores a un ciego.
En algunos pueblos en los que hay conventos de clausura, las conocen en su argot como “las monjas encerradas”. Y sin embargo nadie como ellas están más abiertas a la luz de Dios y son más sensibles a los sufrimientos de las gentes. Ellas viven como nadie la plenitud de vida en Jesús. Y es que nunca una vida es más vida que cuando se entrega totalmente a Jesús, ni nadie tiene un campo vital más abierto que el que vive a la luz de Dios.
Le pregunté a Marta que sintió en el día de su profesión solemne, qué vivencias tuvo cuando pronunciaba su Si definitivo y total al Señor. Sentía, me dijo, en toda su verdad, lo que dice el evangelio cuando habla de encontrar un tesoro escondido. Yo lo había encontrado y lo sentía como un regalo del cielo, y que la gracia de Dios me envolvía para llenarme de paz y felicidad.
También nosotros sentimos como un regalo del cielo tener a nuestra hermana Marta en el Monasterio de Santa Clara de Hellín, en nuestra diócesis. Dios quiera que siga habiendo chicas a quienes les entre la pequeña locura de encerrarse en conventos de clausura. Ellas son una gracia para la Iglesia y para nuestro mundo. Gracias, Marta, por estar entre nosotros.