Manuel de Diego Martín
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11 de julio de 2009
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Entre los objetivos preferentes de nuestro plan pastoral está el “mejorar las celebraciones litúrgicas, teniendo en cuenta aquellas que tienen un marcado carácter social”.
Entendemos como celebraciones de marcado carácter social aquellas a las que hay que ir simplemente porque me han invitado: puede ser una boda, un bautizo, primeras comuniones… Se comprende que para los invitados no es de buen gusto ir directamente al banquete sin antes pasar por la Iglesia. Pero ello conlleva el aguantar una celebración que ni se entiende y que se está allí esperando con cierta impaciencia a que todo se acabe.
Esto hace que los curas que tienen que presidir estas celebraciones, en las que no hay silencio, ni respeto ni participación, tengan que pasar un rato amargo. A veces dan ganas de salir corriendo. Esto puede originar que el cura se dedique a echar broncas, o liquidar la celebración por la vía rápida como hacen los malos toreros cuando tienen una mala tarde.
También hay curas que se arman de grandes dosis de paciencia y de fe, intentan hacer las cosas lo mejor posible sacando algún provecho. Pues no hay que olvidar que allá siempre hay gente que sabe donde está y quiere sacar fruto.
Este año, en las jornadas de formación permanente que tenemos los curas de la diócesis a finales de junio, hemos reflexionado precisamente sobre este tema. Y ¡qué suerte! lo hemos hecho de la mano de uno de los grandes liturgistas de ámbito nacional el profesor Dionisio Borobio que tiene en su cuenta más de cuarenta libros escritos sobre liturgia.
Ha sido una gozada escuchar a este hombre tan sabio y tan sensato para hacernos comprender todo el bagaje religioso que la gente, a veces sin saberlo, lleva en su corazón. Y las cosas hermosas que nosotros podemos aportarles si sabemos ser sensibles y pacientes. Dada la cultura mediática en la que estamos envueltos, tenemos que hacer un esfuerzo de creatividad, buscando nuevas formas, nuevos lenguajes para que la gente llegue a vislumbrar algo de lo que busca en su corazón.
Ciertamente, después de oír a este hombre, uno está mejor preparado para que en medio de una celebración follonera, tenga confianza y paciencia para hacer las cosas bien y sacar algún partido. Como hicimos referencia al lenguaje taurino, podemos decir ahora que igual que para un buen torero nunca hay mala tarde, porque siempre sabe sacar partido de las peores reses, también en estas celebraciones sociales, con la ayuda del Espíritu, siempre el celebrante, si es paciente, y hace las cosas bien, puede sacar algún fruto.