+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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21 de enero de 2021
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«La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32). Estas palabras que leemos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles son como un resumen de la profunda unidad y del amor fraterno que existía en la vida ordinaria de los primeros cristianos, Unidad como comunidad, y amor fraterno como expresión de caridad. Un hecho que llamaba poderosamente la atención de sus conciudadanos. Sobre este hecho comenta san Juan Crisóstomo que: «Los discípulos daban testimonio de la Resurrección no solo con la palabra sino también con sus vidas y virtudes» (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles, 11).
La unidad de la Iglesia, manifestada desde sus mismos comienzos, es voluntad expresa del mismo Jesucristo: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado, que los has amado a ellos como me has amado a mí». Jesús pone de relieve la unidad de un reino que no puede estar dividido (Mt 12, 25), y de un edificio que tiene un único cimiento a Jesucristo (Mt 16,18).
Esta unidad se fundamentó siempre en la profesión de una sola fe, en la práctica de un mismo culto y en la adhesión profunda a la única autoridad jerárquica, constituida por el mismo Jesucristo. Decía San Juan Pablo II: «No hay más que una Iglesia de Jesucristo, la cual es como un gran árbol en el que todos estamos injertados». Se trata de una unidad profunda, vital que es un don de Dios, un misterio y un don divino.
La unidad de fe era entren los primeros cristianos el soporte de la fortaleza y de la vida que se desbordaba hacia afuera, La misma vida cristiana es vivida desde, entonces por gentes muy, diferentes, cada una con sus peculiares características individuales y sociales, raciales y lingüísticas. Allí, donde había comunidades: cristianas, sus integrantes «participaban, expresaban y transmitían una sola doctrina con la misma alma, con el mismo corazón y con idéntica voz»(San Ireneo, Contra las herejías, 1, 10, 2). Los primeros fieles defendieron esta unidad llegando a afrontar persecuciones y a asumir el mismo martirio. Y, la Iglesia, siguiendo el mandato de Jesucristo, ha pedido constantemente a sus hijos a que velen y rueguen por la unidad.
La unidad es un bien inmenso que debemos implorar cada día pues, como decía Jesús: «Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie» (Mt 12, 25). Unidad con el Papa, unidad con los obispos, unidad con nuestros hermanos en la fe y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad para atraerlos a la fe de Jesucristo.
Este año 2021, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos es iluminada por este texto del evangelista san Juan: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor»(Jn 15, 5-9).
Es decir, nosotros, todos, tenemos que mantenernos unidos en Jesucristo, como los sarmientos sanos están unidos al tronco de la vid. El discípulo que se mantiene unido a Jesucristo es como una rama que da mucho fruto; pero si alguien se separa de Él, no dará fruto alguno, será un simple sarmiento destinado a ser quemado. A quién no se mantenga unido a Jesucristo, le pasará lo mismo que a las ramas que no dan fruto: las cortan, las tiran y, cuando se secan, les prenden fuego. Y añade san Juan estas otras palabras del Señor: «De la misma manera que la rama no puede dar fruto por sí sola, sino está unida a la vid, tampoco vosotros daréis fruto alguno sino permanecéis unidos a mí, Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Si vosotros os mantenéis unidos a mí y cumplís todo lo que os he enseñado, recibiréis de mi Padre todo lo que le pidáis. Si dais frutos abundantes y vivís realmente como verdaderos discípulos míos, mi Padre os amará y será glorificado. Así como el Padre me ama a mí, también os amará a vosotros. Permaneced en mi amor y nunca dejéis de amaros.