Manuel de Diego Martín

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24 de mayo de 2008

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Estos días los curas hemos estado inmersos en el tema de las primeras comuniones. Sin duda alguna han sido días de grandes alegrías, pero también días de temores, días de sentir algunas frustraciones.

Grandes alegrías al ver a esos niños decir solemnemente, ante el sacerdote, su primer Amén al Cuerpo de Cristo. Traducido en su lenguaje significaría, te amo Jesús, yo quiero ser bueno, yo quiero que mi vida sea como la tuya, yo quiero ser siempre tu mejor amigo. Pero también tiempo de frustraciones al ver tanta parafernalia, tanta hojarasca, tanto gasto y consumismo. Y a todo esto, se añade la duda, el temor de que para muchos niños esta primera comunión se convierta en la última. De todas las maneras, al ver lo uno y lo otro, me quedo con que lo positivo es infinitamente más que lo negativo.

Leía el otro día en un periódico de la provincia un editorial titulado “Tiranía en crecimiento” que nos hacía ver cómo cada día son más los niños y los jóvenes que se vuelven tiranos en sus casas, hasta llegar a maltratar a sus propios padres. En España en el año 2007 hubo 8000 casos de denuncias de padres contra sus hijos maltratadotes. Y añadía el editorial que la raíz de que suceda todo está en que los niños no han aprendido a distinguir el bien y el mal; por tanto en esas casas falta la base de toda posible convivencia y la posibilidad de crecer en madurez personal.

Después de confesar estos días a ciento veinte niños, uno a uno, tengo que reconocer que las catequesis, nuestros catequistas en años de infinita paciencia, repitiendo a los niños mil veces las cosas, corrigiéndoles y animándoles a ser buenos los unos con los otros, los van haciendo entender lo que Jesús quiere de ellos; dicho de otra manera les van haciendo distinguir el bien y el mal. Me impresionaron sobre manera las confesiones de algunos niños que casi con lágrimas en los ojos se confesaban de que no obedecían a sus papás y les hacía sufrir mucho. Sin duda alguna, el tiempo de catequesis ha ayudado muy mucho a crear estos sentimientos en los corazones de los pequeños. Se han ido suscitando sentimientos no de culpabilidad sino de amor y agradecimiento hacia sus padres y abuelitos.

Todo esto tiene que animarnos a seguir preparando con todo amor y con toda pasión a nuestros niños para la primera comunión, con la conciencia de que a pesar de tantas dificultades ambientales no estamos perdiendo el tiempo. Al contrario estamos brindando una educación que intenta hacer buenos cristianos y buenos ciudadanos.