Manuel de Diego Martín
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18 de julio de 2009
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Estamos en plenas vacaciones. A veces sentimos que no sabemos qué hacer con los chiquillos. ¿Cómo matar tantas horas de ocio, de tiempo libre? Y dejamos que el tiempo lo llene la tele, la consola o Internet… Pero bien sabemos que cuántas más horas el chiquillo esté encorvado sobre si mismo con el zaping, o el ratón en la mano, menos propiciamos su crecimiento. Para crecer hay que levantar la cabeza, estar erguidos, respirar aire puro, mover brazos y pies, correr por los campos, bracear en las aguas, leer, cantar y bailar.
He aquí la misión tan hermosa que tienen las escuelas de verano y los campamentos que intentan encuadrar el tiempo libre con el noble objetivo de hacer crecer a los chavales. Pero si los padres son cristianos y tienen la suerte de llevar a sus hijos a escuelas de verano o campamentos que organizan las parroquias o comunidades religiosas, tanto mejor, entonces sí que miel sobre hojuelas. El niño, el joven crece de verdad cuando desarrolla todas las dimensiones de su ser, las corpóreas y las espirituales. Crece de verdad cuando desarrolla su inteligencia, educa su voluntad, moldea su corazón, crece en valores humanos y religiosos.
Resulta que durante el curso es difícil llevar todo esto adelante. Los deberes de cada día, los exámenes, las matemáticas que se me atragantan y me hacen sufrir, la lengua que aborrezco, el montón de libros a la espalda, mis padres que están sobre ocupados…Montón de cosas que hacen difícil que los educandos puedan crecer de una manera armoniosa.
En los campamentos todo esto queda a un lado. En esos días se desarrollan otras facetas del ser humano. Crece la convivencia, el gusto por la naturaleza, las bellas artes, el deporte. Y cuando se trata de un campamento cristiano llegan los momentos de oración, de hablar con Jesús, de cantar, los fuegos de campamento en que todos participan según sus habilidades. Ciertamente los campamentos son un lugar privilegiado para crecer en humanidad y convivencia. Se crece en todos los valores humanos, y aquellos que se sienten cristianos crecen también en valores religiosos, porque los chiquillos en contacto con la naturaleza llegan a sentir la mano del Creador y llegan a sentir que son más amigos de Jesús.