Julián Ros Córcoles
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9 de marzo de 2025
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La Cuaresma es un tiempo de gracia, una oportunidad para renovar nuestra fe y nuestra respuesta a la llamada de Dios. El mensaje del Papa Francisco para este tiempo nos invita a caminar juntos en la esperanza, recordándonos que la conversión cristiana no es solo un cambio individual, sino un paso hacia la comunión, hacia el “nosotros” de la Iglesia.
Nuestra vocación es, en esencia, una llamada a formar parte de la asamblea de los convocados por Dios, la Iglesia, y a vivir nuestra fe en comunidad. No somos cristianos en solitario; nuestra vida cobra sentido en la pertenencia a la Iglesia diocesana, donde cada uno tiene un lugar y una misión. En este año especial en el que la diócesis de Albacete celebra sus 75 años de vida, estamos llamados a redescubrir esa vocación común: vivir en comunión con Dios y los hermanos, participando activamente en la misión que Jesucristo nos ha encomendado.
Lo hemos experimentado muchas veces. Un ejemplo de esto es Juan, un hombre tímido y siempre discretamente presente en la vida parroquial, se sentía abrumado por sus problemas personales y, a menudo, se había resignado a vivir su fe en solitario. Un día la parroquia organizó una campaña solidaria para ayudar a familias necesitadas del barrio. Invitado a colaborar, Juan decidió, a pesar de sus dudas, unirse al grupo de voluntarios.
Poco a poco, mientras repartía alimentos y escuchaba las historias de quienes recibían ayuda, comenzó a experimentar algo sorprendente y comprendió que sus dones, aunque parecieran insignificantes, tenían el poder de transformar vidas cuando se ofrecían en comunión. Tenemos la convicción de que cada uno, poniendo sus talentos al servicio del prójimo, contribuye a un bien mayor.
La conversión personal, del “yo” al “nosotros” hace renacer esperanza cuando nos unimos en el servicio a Dios. Así, en el marco del 75 aniversario de la Diócesis, la celebración no es un ancla que nos ate al pasado, sino la base sobre la cual se edifica una fe sólida y esperanzadora.
Que esta Cuaresma sea, entonces, un tiempo de auténtica conversión: que dejemos atrás la individualidad para abrazar la comunidad, y que, con gratitud, ofrezcamos nuestros dones a la misión que Jesucristo nos confió. Caminemos juntos en la esperanza, seguros de que, al poner nuestros talentos al servicio de la Iglesia, estamos construyendo un futuro lleno de fe y compromiso.