María José Alfaro Medina
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12 de agosto de 2023
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“Un fuerte oleaje”… ¡Cuántas veces nos sentimos así! Sacudidos por las circunstancias, luchando contra un fuerte viento que a duras penas nos deja tenernos en pie… Pero intentamos mantener la firmeza, una firmeza que se tambalea como la llama de una vela. Eso pensaba anoche, cenando a la luz de una vela (y no por romanticismo sino por problemas eléctricos), en lo vacilante de una llama, da igual que haya agentes externos que la hagan temblar (eso ya es el desastre), simplemente por existir se mueve titubeante. Eso nos pasa a nosotros, por fuerte que veamos a alguien, basta con acercarnos un poco para saber que todos tenemos ese miedo a algo o alguien, ese rencor, esa desilusión o problema, que nos pone en alerta y hace que nos tambaleemos.
Hace muy poquitos días se ha celebrado la JMJ en Lisboa. Esto ha traído a mi memoria los bonitos recuerdos vividos en la JMJ de Australia (2008) y la JMJ de Madrid (2011). Quiero recordar el logotipo de la primera, que tenía, entre otras cosas, una llama, representación del Espíritu Santo, y también el lema de Madrid: “Firmes en la fe”. Así tratamos de vivir los cristianos, esa es nuestra certeza: saber que no estamos solos, que contamos con la fuerza de Dios que se manifiesta en el Espíritu Santo, que nos acompaña a cada paso, una fuerza que también recibieron los apóstoles cuando estaban llenos de miedo. Y esta fuerza, esta seguridad, es la que nos hace mantenernos firmes, firmes no sólo en la fe, sino en la vida, ante el oleaje que nos sacude y que muchas veces nos tira al mar, pero de donde volvemos a sacar la cabeza para seguir luchando y remando hacia delante.
Y esto no significa que no tengamos dudas, que no nos enfademos con Dios alguna vez, que no desesperemos a ratos… Significa que, como la llama, nos seguimos manteniendo encendidos, en pie, pese a algunos “latidos” vacilantes y que, incluso, por esa fuerza interior, a veces también podamos iluminar. Pero hay veces que la llama no puede más y se apaga…, entonces aparece una “mano” amiga que la vuelve a encender y, no pocas veces, acompañando con la frase “hombre (mujer) de poca fe”.
Porque los cristianos no estamos protegidos de los problemas con una súper capa por la que todo resbala, no, sólo tenemos una manera diferente de vivir las situaciones. Puedo darte muchos nombres… de personas profundamente creyentes con enormes miedos, con cáncer, depresión, y que luchan con fe y esperanza, puedo hablarte de personas que se van muy jóvenes diciendo “gracias, Señor, gracias”, matrimonios que pierden a un hijo, personas que afrontan separaciones o enfermedades de familiares muy graves o situaciones económicas complicadas…, y que siguen poniendo sus vidas y la de sus seres queridos en manos de Dios. No, no estamos exentos, sólo intentamos mantenernos firmes, siempre confiados en aquello en lo que creemos, sabiendo que nunca caminamos solos.
En las últimas semanas estoy viendo muchos amaneceres (algo que recomiendo). Hemos leído muchas frases bonitas sobre la oscuridad y el día, nuevas oportunidades, comienzos… Pero que distinto se ve el amanecer después de haber pasado la noche y no haber recibido una llamada de la UCI con malas noticias, después de superar una mala noche de hospital, una noche de fiebre de un bebé, o terminando un trabajo que parece se está llevando por minutos tu vida… Hay entonces una luz especial en el amanecer, una especie de respiro, de alivio, que nos permite vivir de otra manera. Es esa luz que anhela nuestra inquietud, que trae claridad a nuestra vida, a nuestros pensamientos, que permite reconocer otros sonidos, otras realidades, el ajetreo de la vida. La luz que te dice “levántate, no tengas miedo, vamos de nuevo”.
Y como siempre amanece, esperemos y confiemos. Miremos la vida con “ojos de amanecer”, con aliento de esperanza y dando gracias por lo que descubrimos en la noche, por la luz que encontramos, por los miedos que superamos y las manos que nos ayudaron… Y confiemos, confiemos en nosotros mismos, en esa fuerza interior que nos ayuda y nos mantiene firmes para afrontar cada paso del camino, para vivir sabiendo que nunca estamos solos, porque como aquel cuento (en ellos a veces encontramos la verdad), que algunos recordaréis, en muchos momentos de la vida no son nuestras huellas las que se distinguen en la arena sino las de Aquel que nos lleva entre sus brazos.
María José Alfaro Medina
Licenciada en teología