Pedro López García

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9 de noviembre de 2025

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Este domingo celebramos la fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán, catedral de Roma y, por tanto, sede del obispo de Roma, del Papa, sucesor de Pedro y pastor de la Iglesia universal.

Como las grandes basílicas romanas, ésta fue fundada por el emperador Constantino. Ha sufrido numerosas destrucciones y reconstrucciones, incendios y remodelaciones, hasta que en 1650 el papa Inocencio X encargó su restauración total. La fachada fue añadida en 1735. La puerta principal es la misma puerta que se encontraba en el Senado romano en el siglo I.

La dedicación de una iglesia, desde la más sencilla a la más grandiosa, revela que ésta es un icono del Dios vivo y de su presencia; lugar de reunión de la comunidad de fe convocada por el Señor para celebrar los santos misterios, signo de la nueva Jerusalén y del hogar del paraíso.

La dedicación o bendición de toda iglesia realizada por el obispo, especialmente la dedicación de la catedral, y el recuerdo de este acontecimiento subrayan la comunión de toda la iglesia diocesana con su Pastor, sucesor de los apóstoles. El recuerdo de la dedicación de la catedral de Roma evoca la comunión de todos los obispos y de toda la Iglesia católica con el Papa, centro visible de unidad y de caridad.

El Evangelio que escuchamos en la Misa de esta fiesta, y este año en este domingo, nos narra una acción simbólica sorprendente del Señor Jesús: «Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores (…) y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo (…)».

Cuando le preguntaron qué signo mostraba para actuar así Jesús respondió: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (…) «Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho».

Por un lado, el gesto de Cristo denuncia la perversión a la que se puede llegar incluso con las cosas más santas, que pueden convertirse en instrumentos de lucro, de negocios injustos, de avaricia y maldad. ¿No vemos reflejadas en estas actitudes perversas lo que ocurre también en algunos de nuestros santuarios, hermandades, cofradías o sociedades?

Pero, más allá de esta enseñanza moral, la acción y las palabras de Jesús revelan que el verdadero y nuevo templo es Él; en Él es donde podemos encontrar a Dios. En la Eucaristía, en la Palabra y en los pobres encontramos a Aquel que es la morada de Dios entre los hombres, la plenitud de la divinidad.

Finalmente, la alusión a la fiesta de Pascua al inicio del Evangelio, y a la muerte y resurrección de Jesús al concluir, nos muestra hasta qué punto todo lo que significaba el templo para Israel, y todo lo que suponía la celebración pascual hebrea, alcanza su cenit en el Misterio Pascual de Cristo.   Actualizado por los sacramentos que se celebran en las iglesias dedicadas de cada pueblo y ciudad, pequeñas o grandes, transforma al templo de piedra en manantial de aguas vivas que purifican y vivifican, y a los fieles que en ellos participan en piedras vivas de la Iglesia de Cristo que se significa en el edificio dedicado.