Juan Molina Rodenas

|

5 de septiembre de 2020

|

295

Visitas: 295

[tta_listen_btn]

El Evangelio de este domingo contiene dos ideas clave: la corrección fraterna y el poder de la oración. Dos grandes santos podrían ayudarnos a profundizar en cada una de estas ideas. 

El primero, es San Juan Bosco. En una de sus célebres frases resume la actitud evangélica de la corrección fraterna: “La dulzura en el hablar, en el obrar y en reprender, lo gana todo y a todos”.

 Hoy, en el Evangelio, el Señor nos invita a corregir con dulzura, sin hacer daño, buscando orientar sin dañar, hacer caer en la cuenta sin humillar. No se trata que el otro sea como yo quiero, ni que haga las cosas como yo quiero. El centro de la corrección nunca ha de ser mi yo, sino mi prójimo y su salvación. Aquí, entra en acción la noción de “salvación colectiva”, es decir, una salvación que lejos de ser individualista y egocéntrica, es comunitaria. Un cristiano que solo busca salvarse a sí mismo es un cristiano egoísta que no ha caído en la cuenta de que la propia salvación pasa por haber amado y buscado la felicidad del prójimo: “Si te hace caso habrás salvado a tu hermano”.

San Agustín, con su delicada fortaleza, nos habla del poder de la oración: “la oración, es la fortaleza del hombre y la debilidad de Dios”. Jesús nos asegura que, “si dos o más se ponen de acuerdo para pedir algo, el Padre se lo concederá”. No hemos de buscar una salvación egoísta, pero tampoco la oración ha de caer en el ego. El Evangelio de hoy también nos habla de una oración comunitaria: “donde dos o tres”. De ahí que la Liturgia de las Horas sea tan importante, puesto que no es mi oración, es la oración de la Iglesia. Y, ¿qué decir del Padre Nuestro? Es imposible rezarlo sin hacer presentes a todos tus hermanos. Incluso cuando oramos solos, nunca estamos solos. Así rezamos en un himno de laudes:

“No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé que, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor”.

Corrijamos con la dulzura de San Juan Bosco, oremos con la fortaleza de San Agustín y, tanto en una como en otra, pongamos el corazón en el prójimo, buscando siempre en el otro la clave de mi propia salvación.