Pablo Bermejo
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19 de enero de 2008
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Los amantes de la saga Matrix recordarán que en la primera película uno de los personajes vende a la humanidad a cambio de que le hagan vivir una vida virtual en la cual sea un actor de películas pornográficas y todos los días pueda comer carne hasta hartarse. Esta idea de la felicidad puede representar de manera exagerada lo que muchos intuyen que es necesario para sentirse feliz. Sin entrar a criticar si esta idea es acertada o no, es bueno repasar lo que diferentes filosofías han declarado necesario para alcanzar la felicidad.
Así, Platón pensaba que el hombre debía intentar alcanzar la armonía en el alma y parecerse lo más posible a la Idea de Dios. Algo similar opinaba Aristóteles, según el cual la felicidad debía buscarse en una característica propia del hombre: la razón. De manera que el placer, la abundancia o la descendencia pueden ayudar, pero es la práctica de virtudes morales e intelectuales la que nos permitiría ser felices como estilo de vida, y no en contadas ocasiones.
Todos hemos escuchado alguna vez la frase “lo aguantó todo estoicamente”; esta sentencia hace referencia al estoicismo, fundado por Zenón a finales del siglo IV a.C.; según esta corriente no se puede cambiar lo externo a nosotros ni los devenires de la naturaleza, así que debemos intentar cambiar nuestro interior de manera que aceptemos libremente todo nuestro destino; de hecho, se afirmaba que un sabio podría ser totalmente feliz bajo tortura. Al mismo tiempo, el epicureísmo (de Epicuro) intenta buscar la felicidad y darle sentido a la vida mediante el placer, entendiendo placer como la ausencia de dolor y huída del tormento. Siete siglos más tarde del inicio de estas últimas corrientes, San Agustín afirma la necesidad del uso de la razón, como Aristóteles, más la fe para descubrir a Dios dentro de nosotros (al contrario que Platón). Para San Agustín es necesario reconocer y buscar a Dios en nosotros mismos y llegar a amarle para sentir armonía en el alma y alcanzar la felicidad.
Cuatro siglos después, las corrientes budistas enseñan la idea según la cual alcanzamos el estado perfecto mediante la ausencia total de deseo (nirvana). Siete siglos más tarde, Santo Tomás también nos hace ver la necesidad de la contemplación de Dios, la verdad absoluta, y el uso de la razón y el ser virtuoso para ser felices.
Más tarde la búsqueda de la felicidad rompe en la filosofía como principal búsqueda del hombre, pero aún podrían citarse muchos más pensadores que se han ocupado en dar forma a este deseo anhelado por el hombre desde que dejó de vagar por la Tierra y comenzó a mirar dentro de sí.
Seguramente podíamos encontrar tantos caminos trazados hacia la felicidad como siglos de historia escrita arrastramos. Pero si intentamos señalar un factor común a todas estas corrientes filosóficas, podríamos destacar el uso de la razón. Opino que hay que buscar en las propiedades humanas el camino para obtener anhelos humanos. Como propiedades humanas se me ocurren la razón y la fe (y quizá también la capacidad de reír). Al darse sólo en el hombre, no puedo considerarlas otra cosa que regalos de Dios; regalos que son talentos y herramientas que no se deben dejar de utilizar para alcanzar el deseo, también únicamente humano, de la felicidad.
Una vez en un hostal de Ámsterdam cogí un libro que tenía una dedicatoria escrita por una chica. Esta chica decía que había viajado mucho para encontrar un hogar hasta darse cuenta que el hogar no se busca, sino que lo hace la gente. Quizás algo similar podría aplicarse a la felicidad, dejando de buscarla de una vez y comenzando a construirla.
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