La polarización de la sociedad está cada vez más en boga. En las encuestas aparece como una de las preocupaciones más importantes de los españoles. Y esta visión como problema va creciendo. Tenemos la sensación de que crear muros es más importante que construir puentes.

Las opciones más radicales comienzan a tomar fuerza. Las personas, cada vez, somos más intransigentes con las opiniones de los demás. La opinión se ha convertido en verdad, y la ideología, en bandera de vida.

Hoy celebramos la Trinidad: la fiesta del Dios uno y trino. Un Dios familia, que es comunidad, pero que vive en unidad perfecta. Es el Amor el que da unidad a este Dios verdadero. En su corazón hay un solo sentir. Un Dios único que se muestra como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Un Dios Padre que nos crea y nos regala la vida por amor. Un Dios Hijo que nos acompaña, renueva y redime. Un Espíritu Santo que nos fortalece y nos mantiene en la unidad. A este Misterio, que es Dios mismo, no llegamos a conocerlo y descubrirlo por nosotros mismos, sino que es el propio Jesús quien nos desvela su fuerza y su verdad. Dios, en cada momento, se muestra y se da a conocer para transmitir su verdad. Y Jesús así nos lo enseña.

Esta visión trinitaria de Dios nos impulsa en nuestra fe y nuestra vivencia del Evangelio. Ser trinitario es apostar por la unidad, sin perder la diversidad. Somos diferentes, pero es más fuerte lo que nos une. Tenemos un mismo sentir, una misma fe y seguimos a un mismo Dios. El amor es el signo de nuestra unidad. Por eso, trabajamos juntos y construimos juntos este Reino de Dios entre nosotros.

Y es este amor el que nos impulsa a la acogida, al trabajo común, a la escucha activa. Vivir de forma trinitaria es sentirnos hijos de un Padre, hermanos en el Hijo y templos del Espíritu. Es así, unidos, como construiremos familias, comunidades y parroquias al estilo de Jesús: abiertas, fraternas, verdaderas e ilusionadas. Dios es trino, y nosotros, trinitarios, buscadores de unidad.