Manuel de Diego Martín
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21 de febrero de 2015
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El día 8 del pasado mes de febrero, fiesta de Santa Josefina Bakhita, celebramos el primer Día internacional de oración y reflexión de la trata de personas. Se celebró precisamente en este día ya que esta santa fue una esclava africana, del Sudán, que después de ser liberada, se hizo religiosa y que en el año 2000 el Papa S. Juan Pablo II la declaró santa.
El Santo Padre, Francisco, instituyó por primera vez esta jornada, porque los religiosos, misioneros en el ancho mundo, esos que están precisamente en las periferias donde se sufre la esclavitud y toda clase de trata de personas, han puesto el grito en el cielo y en Roma pidiendo que hay que hacer algo para acabar con esta plaga destructora. Por lo menos un día vamos a orar por las víctimas y vamos a levantar nuestra voz crítica hasta que llegue a los altos dirigentes del mundo.
Todos estamos al corriente de las atrocidades que Boko-Haram está cometiendo en Nigeria. Esta organización fundada por Mohamet Yusuf tiene como finalidad destruir la civilización cristiana. Por eso, entre otras barbaridades, tiene como objetivo secuestrar niños y niñas de los colegios de inspiración cristiana para llevar a unas a la prostitución, a otros a diferentes tareas indeseables. Y nos damos cuenta de cómo Nigeria, por sí sola, no puede acabar con estas monstruosidades.
Y ahora vemos cómo lo que pasa en Nigeria llega hasta España. Estos días nos hemos enterado de la existencia de esa gran red mafiosa extendida en diversas ciudades españolas que trae niñas y adolescentes nigerianas con la promesa de darles formación y trabajo y que luego acaban en la prostitución. Esto o curre entre nosotros. ¿Cómo puede haber gente tan mala? Pero es que además de los traficantes que lo hacen para ganar dinero, están los consumidores de ese producto. ¿Es posible que gente que parece normal, que está educada en un país de raíces cristianas, puedan acercarse a esas mujeres esclavas sabiendo de donde vienen y quien las trae?
Un clásico decía aquello de quien hacer mayor mal, si el que peca por la paga o el que paga por pecar. Aquí existe aquello que se paga por pecar, no con mujeres libres, pues algunos dirán que con su cuerpo cada quien hace lo que quiere, sino con pobres mujeres esclavas. ¿Puede haber aberración más grande? Pues ante esta situación, gritemos alto, a los negreros que buscan dinero traficando con mujeres esclavas. Pero también gritemos alto a esos hombres que se dicen libres, pero que son esclavos de sus vicios, para que no se acerquen nunca a buscar el placer con pobres mujeres esclavas.