+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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9 de abril de 2021

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El Evangelio, si lo leemos con fe, nos da siempre luz para ver las cosas, los acontecimientos y las personas con la mirada de Dios. Desde esta luz, desde esta fe se nos hace más fácil entender y agradecer a Dios la vocación a la que fuimos llamados para servir en su Iglesia en un carisma muy concreto, como es el de las Hnas. Misioneras de la Caridad y la Providencia.

La Palabra de Dios que acaba de ser proclamada en esta Eucaristía de acción de gracias a Dios y de felicitación a Sor Inés nos dan el sentido de una vida entregada a Jesucristo mediante la vida religiosa al servicio de la Iglesia y, en ella, al servicio de los más necesitados. Caridad y Providencia. Escuchamos en el Evangelio de san Juan estas palabras de Jesús: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará” (Jn 12,24-26). 

Y san Pablo en la 1ª Carta a los cristianos de Corinto nos señala que la vida de cualquier cristiano y, especialmente de una persona consagrada, debe estar sustentada en el amor: “Ambicionad los carismas mayores. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, benigno, no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es egoísta; no lleva cuentas del mal. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca” (1Cor 12,31; 13,1-8ª).

Hoy damos gracias contigo, Sor Inés, por tus 25 años de vida religiosa en el Instituto de las Hnas. Misioneras de la Caridad y la Providencia. Veinticinco años de amor y servicio, de lucha cristiana contra el mal, de acogida de la gracia divina, de presencia del Espíritu Santo y de crecimiento en santidad. Vocación que entendemos como un don de Dios y una tarea a realizar.  La vocación tiene su origen en Dios y su realización en la Iglesia, y al servicio de la Iglesia como Misionera de la Caridad y de la Providencia. Todo es gracia para el que ama. La vocación religiosa nos lleva a amar y servir, a seguir muy de cerca a Jesucristo y a imitarle para alcanzar la santidad en la vida de comunidad y al servicio de los más necesitados según el carisma recibido. Es bueno agradecer esta vocación al Señor por haber querido contar con nosotros.

“No me habéis elegido vosotras a Mí, sino que Yo os elegí a vosotras”. “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla: Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”. Todos nos asociamos a la alegría de Sor Inés y a su acción de gracias al Señor. El Magníficat es un magnífico canto de acción de gracias al Señor.

Sor Inés, tu vocación e ingreso en las Hnas. Misioneras de la Caridad y de la Providencia, es la respuesta a la llamada que el Señor te había hecho desde toda la eternidad.  Una llamada que Él te ha ido mostrando a lo largo de tu vida en una historia de amor que tú bien conoces y en la que el Señor te ha ido seduciendo, diciéndote que te quiere siempre para Él y, desde él, a los demás, especialmente a los más necesitados.

La llamada de Cristo es una llamada de amor para vivir de amor. Los que nos consagramos a Dios no nos cerramos al amor, más bien, entregamos toda nuestra vida al Amor con mayúsculas, a Dios, a la fuente misma de todo amor, y a ser en el mundo de hoy testigos del Amor verdadero, del Amor que salva, que llena y plenifica el corazón humano.

El sí que nos pide el Señor, a cada uno en su propio camino, se prolonga a lo largo de toda la vida, en acontecimientos pequeños unas veces, mayores otras, en las sucesivas llamadas, de las cuales unas son preparación para las siguientes. El sí a Jesús nos lleva a no pensar demasiado en nosotros mismos y a estar atentos, con el corazón vigilante, hacia donde viene la voz del Señor señalándonos a quienes servir.

Y todo esto lo vas viviendo, Sor Inés, con tus Hermanas: es decir, en la escuela de santidad que es la Comunidad, porque en ella se aprende a amar, a perdonar, a entregarse. En este sentido exhortaba también el Papa Francisco: “Cuidad la amistad entre vosotras, la vida de familia, el amor entre vosotras. Que la Comunidad… sea una familia. Los problemas están, estarán, pero, como se hace en una familia, con amor, buscar la solución con amor. Cuidad la vida de comunidad, porque cuando es vida de comunidad, de familia, es precisamente el Espíritu Santo quien está en medio”.   

Celebrar las “Bodas de Plata” es seguir diciendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Celebrar este aniversario, 25 años, es una buena ocasión para dar gracias por el don de la vocación, por el don de Dios que invita a una misión para continuar el proyecto de vida de amor a Dios, y seguir tejiendo la verdadera existencia de fe en su promesa: “El que pierda la vida por mí, la encontrará”.

Recuerdo unas palabras del Papa Francisco a los consagrados, hoy dirigidas a vosotras MCP. La primera, vivir con la alegría de sentirse llamada y consolada, con ternura, por el Señor. La segunda, no tener miedo a sufrir la cruz en la misión encomendada. Y, la tercera, no descuidar la oración porque la evangelización se hace de rodillas y ése es el secreto de la fecundidad de la vida apostólica de una religiosa.

Para terminar, recuerdo también los objetivos que señala el Papa Francisco para quienes formáis parte de la Vida Consagrada: el primero, mirar al pasado con gratitud, para confesar con humildad y gran confianza la propia fragilidad y, a la vez, dar testimonio con gozo de la santidad y vitalidad del carisma de vuestro Instituto. En segundo lugar, vivid el presente con pasión, pues elegisteis a Jesucristo como el primer y único amor. Y tercero, abrazad el futuro con esperanza pues habéis puesto vuestra confianza en Dios, para quien «nada es imposible». Él es la esperanza que no defrauda.

Que la Santísima Virgen María y San José, os sigan protegiendo, ayudando, auxiliando y concediéndoos nuevas vocaciones. Y que vuestra fundadora, la Sierva de Dios, Madre Mª Luisa Zancajo de la Mata, asociada desde su niñez a la Cruz redentora del Señor, sea bendecida desde la Congregación para las Causas de los Santos en Roma con la finalización de su Proceso Canónico de Santidad y reconocida oficialmente, como primer paso, como Beata por la Iglesia.