Antonio Abellán Navarro
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10 de febrero de 2007
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A los católicos –sacerdotes, religiosos y seglares- que dieron su vida por la fe, pronto se les empezó a llamar mártires, porque se entendía que habían muerto por Dios, y no por implicaciones políticas o de otro tipo. No fueron caídos en combate, ni fueron víctimas de ningún proceso de depuración, que se dio en los dos bandos. Fueron víctimas de la persecución religiosa que se desató consecuencia del odio a la fe y del plan de exterminar del país todo lo que tuviera que ver con Dios, la Iglesia y la religión católica. Ellos hicieron carne propia la promesa de una de las bienaventuranzas: Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
BEATO CARLOS NAVARRO MIQUEL
Nació en Torrente (Valencia) el 11 de febrero de 1911. Fue el último de cuatro hermanos. Cuando sintió la vocación sacerdotal, sus padres no dudaron en enviarle al seminario menor de San José de Valencia. En la navidad de 1927, oyendo hablar mucho de los PP. Escolapios, se sintió llamado, como su hermana, a la vida religiosa, y pidió el ingreso en los mismos Padres Escolapios. Durante su etapa de formación, con excelentes calificaciones, se mostró siempre alegre y amable con todo el mundo, formal, fervoroso y edificante. En 1935 recibió el subdiaconado, y ordenado sacerdote, tras su primera misa, fue destinado a la Comunidad de PP. Escolapios de Albacete, en el curso 35-36, impartiendo clases de primera enseñanza.
Cuando se desató la persecución, la comunidad de Albacete se dispersó. El P. Carlos fue acogido por la familia de uno de los alumnos, que le tenía gran aprecio. Aunque la familia le instaba a que no se moviera, se dejó llevar por el deseo de volver a su pueblo, y el 20 de agosto, se reunión con los suyos en su pueblo natal, no sin correr serios peligros toda la familia. El 12 de septiembre, día del Nombre de María, unos milicianos se presentaron en su casa preguntando por él para que llevarlo ante el comité. Su padre les dijo que desde que se fue a Albacete no habían vuelto a saber de él, exigiendo los milicianos que en su lugar se presentasen alguno de los otros dos hijos varones. El P. Carlos que oyó esto desde el piso de arriba, bajó para tranquilizar a sus padres: Tengo que ir yo, padre. El Comité lo remitió a la cárcel. Él mismo daba ánimos a su familia cuando le llevaban alimentos: Cuando muera por Cristo, iré derecho al Reino de los Cielos. La noche del 22 de septiembre, lo sacaron junto a otros dos sacerdotes. Los tres fueron fusilados. Los mismos verdugos declararon que les sorprendió la serenidad, entereza, fe y caridad con que llegaron a la muerte, haciéndoles perder a ellos mismos la serenidad.
El P. Carlos tenía 25 años y fue el único escolapio de la Comunidad de Albacete que murió mártir. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 1 de octubre de 1995, en la Plaza de San Pedro del Vaticano