+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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9 de enero de 2021

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]on la celebración de la Fiesta del Bautismo del Señor se cierra el tiempo litúrgico de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario.

Llegado el momento de iniciar lo que se ha llamado “vida pública de Jesús”, Éste se dirigió al río Jordán y pidió a Juan el Bautista que lo bautizara. El profeta se resistió al principio, intuyendo que en Él no había pecado alguno, pero, ante su insistencia, lo bautizó. Convencido de quién era, indicará a sus discípulos su verdadera personalidad: «Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo» (Jn 1,29).  

El Bautismo de Jesús en el río Jordán, de manos de Juan Bautista, estuvo acompañado de una Teofanía, es decir, de una manifestación de la Santísima Trinidad: “Jesucristo, el Hijo de Dios, es ungido por Dios Padre, con la fuerza del Espíritu Santo”. Fiesta cristológica y trinitaria a la vez. Revelación de Jesucristo como el Señor, el Hijo de Dios; y de Dios como Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

Llama la atención que Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, se acercara a la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que querían pedir perdón y convertirse, a pedirle a Juan, su primo y su precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Juan Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría «uno que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias», se sorprende enormemente ante la petición de Jesús.

El testimonio de Juan el Bautista, de lo que vio y escuchó al bautizar a Jesús en el río Jordán, ha quedado escrito para nosotros en los relatos evangélicos. Escribe san Marcos que “por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,7-11). Revelación de Jesucristo, como Hijo de Dios y revelación de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad.

El profeta Isaías, en la primera lectura (Is 42,1-4.6-7), nos presenta a Jesucristo como el Siervo de Yahvé. Su misión es claramente de servicio: curar, redimir, liberar, establecer el derecho y la paz. Su estilo llama la atención: no es arrogante, ni violento, ni impaciente, sino humilde, respetuoso y lleno del espíritu del Señor y de esperanza, pues abrirá los ojos de los ciegos, sacará a los cautivos de la cárcel y de la prisión a los que habitan en tinieblas. Es un siervo compasivo y misericordioso. A la vez Jesús tiene una experiencia de filiación honda, profunda, desbordante. Escucha la voz del Padre: «Tu eres mi Hijo amado, en ti me complazco». Dios estaba con Él, muy cercano, queriéndole infinitamente, protegiéndole delicadamente, colmándole de vida y de alegría. Al escuchar la palabra«Hijo», Jesús responde con la palabra «Abba-Padre». Y en Él pone toda su confianza y entrega, pues su razón de ser, de existir, es cumplir su voluntad.

En el Bautismo de Jesús, Dios Padre es quién marca su hora, su misión salvadora. Y es ungido por el Espíritu: para volcarse sobre las miserias humanas, para compartir todas las dolencias, para manifestar la misericordia divina, para ponerse al servicio de los humildes y necesitados, para cargar con los pecados de todos, para combatir las fuerzas del mal, para hacer presente el reino de Dios. San Pedro, en los Hechos de los Apóstoles, resume el ejercicio de su misión con esta expresión: «Pasó haciendo el bien». 

El Bautismo Jesús significó el inicio de su vida pública, a la vez que una manifestación exterior de su realidad interior: era el Hijo de Dios, con el que se sentía íntimamente unido y muy amado. También nosotros hemos recibido el Bautismo. Por esta acción sacramental hemos sido hechos hijos de Dios y ungidos por el Espíritu Santo para servir y hacer el bien. Por ello, debemos seguir sus pasos: servir y hacer el bien. Esa es nuestra tarea y misión como sus discípulos y seguidores, como hijos de Dios. Y para ello contamos también con la fuerza y ayuda del Espíritu Santo. Que el ejemplo de Jesús en el exacto cumplimiento de la voluntad de Dios sea para nosotros un aliciente para cumplir su voluntad sobre nosotros.