Pablo Bermejo
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29 de marzo de 2008
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Tengo un tío que es médico y hace años que es cirujano en un hospital de la Comunidad Valenciana. Un amigo de mi edad fue allí a realizar la residencia de cirugía y estuvo en contacto constante con él durante varios años. Me contaba que mi tío era la admiración de todo un gran equipo de cirujanos, especialistas en medicina interna y un gran número de enfermeros y residentes. La definición que más a menudo le dedicaban era la de “es muy resolutivo”. No sólo era inteligente y hacía bien su trabajo, sino que hacía todas las guardias que podía y jamás se escaqueaba del trabajo. Desde luego, en ese aspecto para mí es un modelo a seguir, y desearía que muchos médicos tuvieran esa dedicación y fueran tan resistentes para no cansarse de los pacientes con el tiempo.
Como todo, esta historia tenía otro punto de vista que nunca le llegué a contar a mi amigo residente en el mismo hospital. Al menos una vez a la semana, mi tía llamaba llorando a mi madre. Mi tío pasaba poco tiempo en casa, siempre llegaba cansado y las pocas energías que le quedaban las gastaba leyendo algún artículo en la cama. Mi tía, en principio orgullosa del éxito profesional de su marido, comenzaba a echar de menos a la persona con quien se había casado.
En un cumpleaños de mi abuelo, que ya estaba mayor, nos juntamos casi toda la familia. Mi tío no pudo venir y mi tía se quedó a dormir en nuestra casa. Esa noche mi madre y mi tía se quedaron hablando hasta tarde en el salón, pensando que las casas de hoy son como las de antes y que no se les escuchaba. Mi tía se quejaba de que en una discusión acerca del tiempo que mi tío le dedicaba, éste le contestó enfadado que “en la vida hay que hacer sacrificios para conseguir lo que queremos”.
A la mañana siguiente me llamaron a casa, donde estaba estudiando para un examen, y mi madre me acercó el teléfono al salón. Contesté enfurruñado (había apagado mi móvil para estar tranquilo) y colgué enseguida. Entonces mi tía, que lo había escuchado todo, se acercó a mí y me dijo: “Por muy ocupado que estés, las personas son lo primero”. Como me lo dijo sonriendo, no sabía si era una reprimenda o no. El caso es que me contó que ella siempre tenía paciencia por teléfono y no le gustaba cuando llamaba a alguien (por ejemplo mi tío) y le colgaban pronto con mala voz.
Mi tío sigue teniendo fama de ser “muy resolutivo” en el hospital donde trabaja, y mi tía sigue quejándose de vez en cuando. Siendo como es mi tío de inteligente, creo que lo que hace es de forma totalmente consciente Su balanza está inclinada hacia donde él quiere, por su propia voluntad. Tiene que ser difícil tomar ese tipo de decisiones y no seré yo quien lo juzgue. Al menos, pensando en esto, he llegado a la conclusión de que esté donde esté mi balanza las personas deberán ser lo primero. Pero, en el caso de mi tío, ¿qué personas? ¿Mi tía o todos sus pacientes? ¿Cómo decidir qué es lo correcto? Eso, como en tantas cosas, es algo que sólo podemos respondernos nosotros mismos.
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