Manuel de Diego Martín

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23 de noviembre de 2013

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Uno de los hombres más tiranos y crueles de la historia fue Antíoco Epífanes del que nos habla la Biblia en el libro de los Macabeos. Precisamente la Liturgia de estos días nos ha presentado dos testimonios que nos dejan sobrecogidos para ver la perversidad a la que pueden llegar unos y el valor de otros para ser fieles a sus principios religiosos.

Ahí está el testimonio del viejo Eleazar que a los noventa años le piden que renuncie a su fe. Le invitan a salvar la pelleja con ciertas componendas, disimulando por fuera y poder ser fiel a sus principios. El dirá que de ninguna manera. Yo quiero, dice, que los jóvenes vean que este viejo fue consecuente hasta el final y que aprendan con este gesto que no todo vale.

Hace un poco tiempo se divorciaron dos amigos míos con más de ochenta años. Respeto su decisión si es que llegaron a esta situación insostenible. Pero yo me preguntaba. Estos abuelitos tienen nietos casados, o que se van a casar. Cuando haya dificultades, enseguida se dirán, claro que sí, lo mejor es separarse como hicieron los abuelitos. Y recordaba al viejo Eleazar.

Otro testimonio es una madre que se enfrenta al tirano Antíoco y anima a sus siete hijos a morir antes que traicionar su fe. Mueren asesinados uno tras otro los siete hijos y también la madre, en un acto de suprema libertad y entrega a su Dios. Están convencidos de que el Señor les dará una vida mejor. ¡Qué grandeza la de esta madre!

Estos días se ha levantado el secreto de sumario de la niña Asunta asesinada por su propia madre. ¡Que personalidades más desquiciadas produce nuestra sociedad!

También han sido noticia informes sociológicos sobre nuestros jóvenes. ¡Qué pena  ver que entre los más jóvenes también se reproduce la violencia de género,  que las relaciones sexuales son cada vez más precoces, que las redes sociales hacen estragos entre ellos!

Una nueva ley está en marcha para exigir que los padres paguen los platos rotos de sus hijos. Pero lo que importa es que no haya platos rotos, porque todos ayudamos a los jóvenes a saberse respetar y respetar a los demás. Dicho de otra manera enseñarles  a vivir con dignidad.