Juan Iniesta Sáez
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28 de enero de 2024
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Apenas hace unas pocas semanas que, celebrando la manifestación, Epifanía, de Jesucristo a los magos, insistíamos en la necesidad de conocer y reconocer al Mesías. Es curioso que, en el evangelio de este domingo, en el que Marcos retrata los albores de la misión de Jesús en su entorno más cercano, en la sinagoga de Cafarnaún, los primeros que lo reconocen y dan testimonio fuerte y convencido de su mesianismo son los espíritus inmundos. «¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Y la pregunta anterior, que puede resultarnos más desafiante a cada uno: «¿Qué quieres con nosotros?».
De este pasaje siempre se ha destacado la autoridad que unos y otros reconocen a Jesús, distinta a la de quienes se la arrogan por cuenta propia. Cristo no se engríe, la soberbia no tiene lugar en su vida y misión; Él no necesita del reconocimiento de los demás, no se hace esclavo de su prosecución, de la fama que pueda suscitar. Precisamente por eso es reconocido como quien es, con plena autenticidad y sin fingimientos. Existe aquel refrán de «cría fama, y échate a dormir», habitualmente usado en sentido peyorativo; pero vemos en fuerte contraste con nuestra frecuente necesidad de sobre-exposición, de superficialidad en las redes sociales o en los cotilleos de toda la vida, cómo Cristo no necesita criar fama. No anda pendiente más que de una cosa: cumplir su misión. ¿A qué has venido, Tú, el Santo de Dios, el Dios encarnado en nuestra realidad? ¿¡Qué quieres de nosotros!?
¿Cuáles son los espíritus inmundos que nos atosigan, y de los que vienes a liberarnos?
Esa esclavitud de la fama, de la imagen proyectada, del andar pendiente del qué dirán, no es mal frente para comenzar a trabajarse de la mano de un Jesús que nos quiere libres. La de Cristo es una autoridad que no oprime, sino que libera, porque nos hace auténticos.
No se trata de afianzarnos con esa frase de autojustificación de malas formas que en ocasiones se oye, de «yo soy así y así me tienen que querer, tolerar o aguantar». Eso es demasiado cómodo y egoísta. Por eso hay que cambiar hoy el orden de las preguntas del evangelio. Primeramente, «¿Has venido a acabar con nosotros?» Efectivamente, sí, he venido a acabar con vuestros egoísmos, imposturas y falsedad. Entonces, «¿qué quieres de nosotros?». Autenticidad, seriedad en el compromiso del discípulo, sin medias tintas, en entrega total y sincera a un proyecto de vida que cambie el mundo a mejor y abra las puertas a la plena presencia del Salvador.
Juan Iniesta Sáez
Vicario Sierra