Fco. Javier Avilés Jiménez

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13 de abril de 2013

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«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). [Benedicto XVI, Porta Fidei 7] 

Santo Tomás de Aquino acuñó para el bien la afirmación, tomada de otras fuentes, de que era diffusivum sui, que se difunde por sí mismo, que habla y se explica por sí mismo. Por eso la fe cristiana es evangelizadora, porque se basa en el encuentro del sumo bien que Dios es. Este bien absoluto, que para nosotros es la Caridad de Cristo, nos urge a comunicarlo porque se vive dándolo, se acoge al compartirse, se disfruta cuando se pone en práctica. Es lo que, de otra forma, decía aquél refrán castellano: «obras son amores, que no buenas razones» De hecho, las mejores razones que podemos dar de nuestros amores cristianos (el de Dios y el amor a los hermanos) son nuestras obras motivadas y realizadas con amabilidad y por el bien de los demás.

Así lo resumió la carta de Santiago (2, 17): la fe sin obras está muerta. Y la principal obra de la fe es informar toda la vida del creyente. Cuando esto ocurre, la fe se difunde por sí misma, evangeliza al caminar, por la dirección que lleva, por sus fines y sus métodos. Proclamar el Evangelio es vivirlo. Creer en el Evangelio, al vivirlo, es anunciarlo. Evangelizar y creer van juntos porque también lo van creer y amar, ser cristiano y hacer el bien, defender el bien, anteponerlo a cualquier mentira, interés o egoísmo. La fe, autopropulsada por el sumo Bien, que es Dios, se difunde por su misma puesta en escena y su expresión en el amor a los demás.