+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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4 de junio de 2011

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]on la Ascensión concluye el tiempo de la presencia visible de Jesús en medio de sus discípulos y se abre el tiempo de la Iglesia.

Decir tiempo de la Iglesia es decir tiempo de los discípulos, de los evangelistas, de los testigos de Cristo resucitado. Y decir tiempo de la Iglesia es decir también nuestro tiempo, el de quienes deseamos vivir como comunidad haciendo del seguimiento de Jesús nuestra opción de vida.

Leyendo el texto evangélico descubrimos un programa de vida cristiana, basado en el mandato del Resucitado: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, o, lo que es lo mismo, hacer discípulos para sumergirlos en la comunión de la vida trinitaria de Dios. Tal es la alta finalidad del envío. La obediencia a esta misión constituye para la comunidad cristiana de todos los tiempos la verificación de la propia fidelidad a la voluntad del Señor. Y quien se hace discípulo de Cristo descubre las señas de un Dios que no tolera la injusticia, que para ayudarnos se ha hecho débil, que ha escogido lo débil para confundir a los fuertes.

Lo anterior reclama formar cristianos maduros, que estén prontos para responder a quien nos pide razón de la esperanza que hay en nosotros (cf 1 Pt.3, 15). Sólo así seremos piedras vivas capaces de cooperar a la construcción de la Iglesia. (cf. Ib.2,5).

Observamos cómo el bautismo, que es la base y el fundamento del programa de vida de todo cristiano, está apuesto, según el mandato de Jesús, en relación con lo de hacer discípulos, es decir, con la tarea de formar al cristiano para conocer, sentir y vivir el admirable don y encargo del Señor.

“Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Eso es lo que deberán enseñar los discípulos. A este respecto, habrá que estar atentos a un doble riesgo: Añadir cosas que Jesús no ha enseñado, ni se derivan de su enseñanza, e imponerlas a los demás y, por otra parte, silenciar aquellas que pueden resultar más provocadoras para nuestro tren de vida y para nuestra sociedad que persigue un hedonismo rampante. Por eso, la urgencia de retornar con todo el corazón a un conocimiento cada vez mejor del evangelio.

Coincidiendo con el encargo de Jesús de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra, y precisamente por ello, celebra hoy la Iglesia la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. La Jornada viene acompañada de un mensaje del Papa Benedicto XVI titulado “Verdad, anuncio y autenticidad de vida en la era digital”.

Es una invitación a formar las conciencias ente la responsabilidad que incumbe a cada individuo, grupo o sociedad, en la formación de la opinión pública y en el uso y desarrollo de los nuevos medios de comunicación.

Consciente del papel tan decisivo que los medios de comunicación han adquirido en la sociedad actual, el Papa reclama la inclusión de la comunicación social en la que denomina cuestión antropológica y reivindica “para la defensa de la dignidad de la persona humana por parte de los medios, la necesidad de una infoética, así como existe la bioética en el campo de la medicina y de la investigación científica”.

Junto al excelente servicio que la mayoría de los medios prestan a la sociedad, es lamentable que algunos, en razón del lucro y para lograr audiencia, promuevan programas deleznables, que degradan a los promotores y a los colaboradores. Sería igual de lamentable que la objetividad quedara supeditada a intereses de grupo o de partido.

La Jornada es también una invitación a nuestras Iglesias para “promover la Nueva Evangelización en la Era Digital con verdad y autenticidad”. Los medios de comunicación son “el primer areópago de los tiempos modernos”. Por eso pueden ser un excelente apoyo para difundir el Evangelio, para promover el diálogo y la cooperación a todos los niveles, para defender aquellos principios que son indispensables para la construcción de una sociedad respetuosa con la dignidad de la persona y del bien común.

Desde aquí envío un saludo cordial y agradecido a las empresas promotoras de los medios de comunicación presentes entre nosotros y, de manera especial, a los profesionales que los hacen posibles. Y, por supuesto, agradezco el buen servicio de la Delegación Diocesana y de  todo los que colaboran en la misma.