+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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7 de mayo de 2016
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]S[/fusion_dropcap]an Juan de la Cruz, en sus “coplas a lo divino”, hace un juego admirable de palabras, acumulando paradojas: “Cuanto más alto llegaba desde trance tan subido, / tanto más bajo y rendido y abatido me hallaba; / Dije: “No habrá quien alcance”; y abatíme tanto, tanto, / que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”. No, el Santo no quería embarullar; lo que pasa es que es verdad que, en la experiencia cristiana, se llega tanto más alto “cuanto más bajo y rendido y abatido se halla”. O con otras palabras: La Ascensión se alcanza descendiendo.
La Ascensión es el broche de oro a la existencia histórica de Jesús. Significa el triunfo del amor, la coronación de la resurrección. Quien descendió a lo más bajo es elevado a lo más alto, quien se hizo siervo es proclamado Señor; quien quedó como despojado de su divinidad, se sienta a la derecha del Padre compartiendo su señorío.
Jesús con su Ascensión no se ha ido a un lugar más allá de las nubes; ha entrado en una dimensión nueva. Sentarse a la derecha del Padre es recuperar su condición divina, oscurecida por la encarnación, llevando ahora como trofeo su cuerpo glorioso, transfigurado por el Espíritu vivificante. La Ascensión no inaugura una ausencia, sino una forma nueva de presencia.
Estamos tan atados a las coordenadas de espacio y tiempo que no entendemos que haya otras dimensiones que transciendan tales coordenadas, que haya otros niveles de relación y otras maneras de presencia. Sabemos, sin embargo, que podemos estar espacialmente lejos unos de otros y, sin embargo, muy cercanos; y al revés, estar físicamente cerca y espiritualmente lejos. Y esto que es verdad cuando vivimos en la carne, es mucho más verdad cuando vivimos en el espíritu.
Cristo ascendiendo entra en el corazón del Padre y adquiere la capacidad de estar en el corazón de la humanidad y del mundo. La Ascensión no es alejamiento, sino profundización en la comunión. “Os conviene que me vaya -decía Jesús-; así os enviaré mi Espíritu«.
Al celebrar la Ascensión la esperanza canta dentro de nosotros, se esponja y crece. Jesús, “el primogénito de muchos hermanos”, nos precede. El camino está abierto. Todo hombre podrá también dejar un día el barro, el dolor y la muerte, y volar hacia la libertad más plena y la felicidad sin límites. ”Entonces seré realmente hombre”, decía Ignacio de Antioquía.
«¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?», se les dice a los apóstoles después de la Ascensión. Jesús, acabada la tarea que el Padre le encomendó, es como si nos dijera: «Ahora os toca a vosotros: Como el Padre me envió, yo os envío. Id a proclamar el evangelio. Salid al campo abierto, al frío y a la lluvia, acercaos al dolor de los hombres; curad enfermos. Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
No se trata de emprender mágicos vuelos que nos hagan escapar de nuestro compromiso con el mundo. Vamos ascendiendo en la medida en que bajamos a la arena del servicio, del amor, de la entrega a los hermanos.
Los cristianos vivimos siempre entre dos tentaciones: O quedarnos mirando al cielo, en un cristianismo desencarnado, espiritualista, de huida del mundo, donde ha de crecer el Reino de Dios en medio de las luchas y miserias humanas, o mirar sólo a la tierra, perder la perspectiva que marca Cristo con su victoria, sofocar el dinamismo que genera la Pascua, achicar la esperanza haciendo del cristianismo puro temporalismo. La Ascensión nos enseña que no hay que quedarse mirando al cielo; pero también nos enseña que no hay que olvidarse de mirar al cielo.
Ahora nos toca a nosotros seguir la tarea. Por eso, la Iglesia celebra en este día la Jornada de las Comunicaciones Sociales. Lo hace con un título significativo: “Comunicación y Misericordia: un encuentro fecundo”
Los nuevos Medios de Masas son hoy la plaza pública de la humanidad: plaza con portales y soportales para encontrase y comunicarse. El contexto de la misericordia favorece la comunicación entre las personas. La misericordia no excluye a nadie, toca el corazón, crea puentes, facilita el encuentro y la inclusión, supera incomprensiones, cura las heridas de la memoria, construye paz. Los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, viene a decir el Papa Francisco, pueden ser formas de comunicación plenamente humanas. Depende del corazón del hombre y de su capacidad para usar bien de unos medios que pueden acariciar o herir, lograr una provechosa discusión o llegar al linchamiento del otro. “En un mundo dividido, concluye el Papa, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad”.
¡Gracias a la Delegación Diocesana de Medios y los jóvenes voluntarios, que, a quienes nacimos perteneciendo a la galaxia Gutenberg, nos vais introduciendo en la Era de la Informática, nos lleváis de la mano a las nuevas Redes sociales y a sus portales! ¡Gracias!