+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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12 de mayo de 2018
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a fiesta de la Ascensión proclama y celebra el triunfo pleno de Jesús. Pero la Ascensión no es un desplazamiento espacial, aunque, como humanos, tengamos que expresarlo así. No celebramos esta fiesta como la despedida de un familiar al que acompañamos a la estación y esperamos hasta que arranca el tren.
La fiesta celebra, como se decía más arriba, el triunfo de JESÚS. El que se abajó hasta la muerte es exaltado a la gloria del Padre. Deja de estar limitado por las coordenadas del tiempo y del espacio, propias de quienes nos movemos en la historia, para entrar en la dimensión de Dios que las transciende. Eso queremos decir cuando confesamos en el Credo que “está sentado a la derecha del Padre”.
La Ascensión no inaugura una ausencia, sino una forma nueva de presencia. En la Ascensión Jesús nos pasa el testigo de la misión. Se despide enviando: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Era como decirnos que nosotros somos ahora su cuerpo, sus manos, sus pies, sus labios, su corazón. Él nos acompaña con la presencia de su Espíritu. Por eso, aunque no debemos de dejar de mirar al cielo, donde está nuestro destino de gloria, no podemos quedarnos mirando al cielo. Tenemos tarea, la hermosa tarea de prolongar su misión. “Ellos – dice el evangelista- fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban”.
¿No era una pretensión desmesurada que once hombres débiles, sin recursos, llevaran el Evangelio a todos los pueblos? La tarea sólo podrá ser llevada adelante si nuestra debilidad es visitada por la fuerza que Dios ha puesto en obra al resucitar a Jesús de entre los muertos. Con esa fuerza, capaz de desafiar el poder de los emperadores de Roma y las persecuciones, se extendió y se seguirá extendiendo el Evangelio.
Precisamente por eso del envío y de la misión, la Iglesia celebra coincidiendo con esta fiesta la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.
Con este motivo el papa Francisco ha encabezado su mensaje de esta 52° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales con el lema «La verdad os hará libres´(Jn 8,32). A este fin, ha añadido unsubtítulo:“Fake news (noticias falsas) y periodismo de paz”.
La comunicación humana es una modalidad esencial para vivir la comunión entre las personas, pero nuestro egoísmo orgulloso puede distorsionarla, convertirla en causa de división. Por eso, el papa Francisco exhorta a los comunicadores a retornar a la esencia de su profesión, a su «misión» de «ser custodios de las noticias», a “buscar soluciones alternativas a la escalada de mentiras y de violencia verbal presente en algunos medios«.
El papa Francisco reflexiona sobre el fenómeno de las noticias falsas, las «fake news». Profundizando sobre este fenómeno de las noticias falsas, asegura que está basado en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas.
Estas falsas noticias se difunden a través de las redes sociales y, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal que incluso los desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que producen. Su estrategia es la del “padre de la mentira”(Jn 8,44). El Papa recoge a este propósito una cita interesante de F. Dostoyesvski: “Quien se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega al punto de no poder distinguir la verdad, ni dentro di sí mismo ni en torno a sí, y de este modo comienza a perder el respeto a sí mismo y a los demás…”. (Los hermanos Karamazov, II,2).
El Papa nos advierte también del riesgo de convertirnos “en actores involuntarios de la difusión de opiniones sectarias e infundadas». Ante este complejo panorama, el Santo Padre propone dejarse purificar por la verdad; una verdad que, entendida desde la visión cristiana, «tiene que ver con la vida entera: es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer».
Para concluir, el Papa asevera que el mejor antídoto contra las falsedades son «las personas que estando dispuestas a escuchar, permiten que la verdad emerja; personas que, atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje».
No quiero terminar estas letras sin felicitar cordialmente a tantos buenos periodistas, que, con su información, prestan un admirable servicio a la verdad y a la paz.