Manuel de Diego Martín
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24 de agosto de 2013
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Me comentaba un amigo sacerdote que había visitado en Turquía la ciudad de Antioquia, la que fuera primera sede del apóstol Pedro como Papa antes de que llegase a Roma. En esta ciudad, nos relatan los Hechos de los Apóstoles, a los seguidores de Jesús les empezaron a llamar “cristianos”. Me decía cuál fue su impresión cuando el guía les decía con toda rotundidad que en esta ciudad no hay ningún cristiano.
Este grito o algo parecido se está oyendo de boca de dirigentes cristianos de Siria, de Irak, de Egipto, de repúblicas africanas que nos están diciendo que si las cosas no cambian, llegará un día en que los cristianos desaparezcan de todas estas tierras. ¡Qué paradojas nos trae la vida y la historia! Es triste constatar que aquellos lugares en que nacieron en el primer siglo florecientes comunidades cristianas, poco a poco, por los juegos ideológicos, políticos o por otros intereses, a los cristianos se les haga la vida imposible, hasta que tengan que desaparecer.
La historia se repite con el grito de los primeros tiempos: Los cristianos a las fieras. Los Hermanos Musulmanes dicen que los cristianos están apoyando al Ejército contra ellos y por eso les queman las Iglesias. Los cristianos de Egipto no están con nadie ni contra nadie, simplemente quieren vivir en libertad y con dignidad. Únicamente quieren poder vivir su fe, que es un derecho humano fundamental, el primero de todos los derechos.
Estos días se han reunido los Ministros de Exteriores de la Unión Europea para ver qué se puede hacer en este conflicto. Si todo queda en no vender armas ni a unos ni a otros, esto es poca cosa. Se pude matar con armas o se puede matar de otra manera, simplemente haciendo la vida imposible a tus conciudadanos.
¿Qué nos queda? En esta era de la globalización hay que globalizar no solamente la economía, sino también la ética y la moral. Nos dice Benedicto XVI en “Caritas y veritate”, en el n.56 que se siente mucho la urgencia de una reforma de Naciones Unidas. Es necesaria una autoridad política mundial, que garantice un orden social conforme a un orden moral. De otra manera vemos cómo la soñada civilización del amor de Juan Palo II sigue siendo la civilización de la selva, en la que los cristianos no tienen en muchas partes derecho a existir.