+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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15 de enero de 2019
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]U[/fusion_dropcap]n saludo cordial y mi agradecimiento a las Autoridades que esta tarde nos acompañan en la Apertura del Año Judicial en el Tribunal Eclesiástico de la diócesis Albacete: D. Vicente Manuel Rouco Rodríguez, Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha, Dña. Raquel Iranzo Prades, Presidenta de la Sala de los Contencioso del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha, D. César Monsalve Argandoña, Presidente de la Audiencia Provincial de Albacete, D. Francisco Ramón Sánchez Melgarejo, Teniente Fiscal de la Fiscalía Superior de Castilla-La Mancha, D. Albino Escribano Molina, Decano del Ilustre Colegio de la Abogacía de Albacete.
De manera especial agradezco la presencia y la magnífica y documentada Conferencia de D. José Ramón Bernácer María, Magistrado Juez de Menores de Toledo. Muchas gracias.
Mi saludo y agradecimiento, como no, también a los de casa: al Sr. Vicario General y Moderador de la Curia Diocesana, al Sr. Vicario Judicial, al Defensor del Vínculo, jueces y ministros de nuestro Tribunal de Albacete, e integrantes, peritos y auxiliares voluntarios del mismo.
Así mismo saludo a todos los que estáis participando en este acto solemne que año tras año organiza y desarrolla la Vicaría Judicial de Albacete.
La familia, escuela del más rico humanismo, base y germen de la sociedad
El Concilio Vaticano II dice con certero convencimiento que “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar”(Conc. Vaticano II, GS, 47). Difícilmente a estas palabras, entonces y ahora, se les puede poner objeción alguna. Los tiempos que corren avalan esta afirmación y las familias sufren sus consecuencias. La comunidad socio-política da la impresión de que tiene una obsesión enfermiza contra la familia cristiana, cuyos resultados están siendo tan imprevisibles como preocupantes. Esta obsesión está casi polarizada en la educación y centrada en el adoctrinamiento sobre otros conceptos de «familia»que, en medio de una culpable confusión, está contribuyendo a una patología con difícil pronóstico: más violencia en el ámbito doméstico y de género -el cáncer de una sociedad que va al abismo de la muerte-, más carencias afectivas, más discriminación, más rupturas, más aborto, más abusos sexuales,… etc.
Dice también el Concilio que “la familia es la escuela del más rico humanismo»y que «la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad”. (Conc. Vaticano II, GS, 52). Así pues, la familia es siempre el sujeto de atención no sólo de los que se dedican a trabajar por el bien común, sino también de la naturaleza y tarea evangelizadora y nuclear de la Iglesia. Esto nos exige un empeño cada vez más intenso y más urgente; máxime cuando los frentes en los que hoy la familia se debate son complejos y arduos.
¿Qué podríamos hacer para volver a descubrir y ofrecer los valores cristianos y genuinos del matrimonio y la familia, base y germen de la sociedad, para que de nuevo atraiga la atención no sólo de los jóvenes, sino también de las instituciones civiles, académicas y eclesiásticas, para que juntos trabajemos por protegerla, fomentarla y presentarla como aquella institución que debería estar preservada por encima de cualquier posición ideológica? ¿Qué podríamos hacer los católicos y las instituciones judiciales para que la familia no se viera atacada con leyes, corrientes de opinión o sacudida por la ola de la política de turno, siendo conscientes de que nos estamos jugando la dignidad de la persona y el bienestar de la sociedad humana? Es evidente que hay un camino privilegiado: la educación, y ésta, en libertad. Más educación y mejor educación, que no es lo mismo que más adiestramiento, manipulación ideológica y falta de ética.
En este sentido, lo mismo que lo han venido realizando los Pontífices anteriores, el Papa Francisco no deja de ofrecernos preciosas reflexiones acerca de la familia y la educación de los hijos. Una expresión certera, clara y valiente la encontramos en la Exhortación apostólica Amoris Laetitia. En su capítulo VII nos el Papa que “La familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad”(AL, 274), señalando que son muchas las personas que actúan toda la vida de una manera determinada porque así lo aprendieron en el seno familiar y están convencidas de que ese modo de actuar se incorporó en ellos “desde la infancia, como por ósmosis”. También nos dice que la familia es el “ámbito de la socialización primaria, porque es el primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir,…; allí se rompe el primer cerco del mortal egoísmo para reconocer que vivimos junto a otros, con otros, que son dignos de nuestra atención, de nuestra amabilidad y de nuestro afecto”(AL, 276).
Estas ideas que acabo de señalar respecto a la familia me impulsan a destacar otro importante aspecto de los contenidos de la exposición del magistrado D. José Ramón Bernácer: la educación. Esta es un derecho fundamental e inalienable de todo ser humano, siendo la familia el lugar natural, primario e insustituible, donde se recibe con libertad y de manera proporcionada a cada uno de sus miembros. Por decirlo de algún modo, la familia es «lugar educativo originario», manantial de humanidad donde cada uno de nosotros hemos venido al mundo, hemos crecido y nos hemos hecho adultos, a la par que ciudadanos, cristianos y creadores de otras familias. Por eso, es inaudito y un despropósito suplantar esta misión que por naturaleza tiene la institución familiar. Nadie tiene derecho a inmiscuirse en la libertad que la familia y sus miembros tienen para recibir la educación que elijan como las más adecuada, ni siquiera argumentando el principio de subsidiariedad que solo es posible aplicarlo cuando los medios o las circunstancias no son suficientes o adecuados, y siempre que no sustituyan o eliminen los legítimos derechos y obligaciones que tienen los padres.
La educación, un derecho fundamental en peligro
Respecto a la educación, concreto mis palabras rechazando abiertamente el duro ataque que está sufriendo la familia y la sociedad actual mediante la imposición ideológica de la LGTBI, y subscribiendo las palabras del Papa Francisco al respecto:
«La ideología de género niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Ésta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer…; No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don». (AL, 56).
Con las leyes que se nos van imponiendo en este sentido, difícilmente se podrá sostener la custodia y patria potestad de los hijos dentro de una sana afectividad y psicología. Las consecuencias en el ámbito de la educación, como hemos escuchado en la ponencia de D. Ramón Bernácer, serán imprevisibles y difíciles de revertir en el cauce adecuado.
Conclusión
¿Qué podemos hacer? Es importante, urgente y necesario afianzarnos en la verdad del Evangelio: seguir proponiendo la Familia de Nazaret como modelo de la familia humana, sin desfallecer ante aquellos que quieren sustraer a la infancia y juventud de la verdad, del amor, de la solidaridad, de la atención a los más débiles, para imponer una ideología basada en la economía que descarta y se constituye en la sola fuerza de los poderosos y de los fuertes.
Es importante, urgente y necesario seguir presentando ante el mundo la belleza del matrimonio y de la familia, sin complejos ni desánimos, manifestando el tesoro que encierra el Evangelio sobre la grandeza del amor humano, siendo la familia «alegría para el mundo» y esperanza para todos.
Y, sobre todo, es importante reivindicar la libertad de religiosa en todos sus aspectos: libertad de conciencia, libertad de educación, libertad de enseñanza, …, alentando a los padres para que eduquen a sus hijos en libertad, sin ideologizaciones absurdas, especialmente en el campo moral y afectivo-sexual, exigiendo con respeto y con resolución la responsabilidad que compete a cada familia, sin que el estado democrático imponga una moral propia de corrientes totalitarias que no respetan los derechos fundamentales e inalienables de las familias y de los padres.
La Iglesia católica no pretende reivindicar derechos propios, sino urgir el ejercicio efectivo de los derechos fundamentales y originarios de los padres y de las familias. La esperanza culminará en realidad si éstos asumen sus responsabilidades, si las instituciones civiles caen en la cuenta de la grave responsabilidad que tienen cuando legislan sin tener presente la dignidad del hombre y de la familia, y cuando todas las instituciones sean conscientes de su misión buscando juntos el bien común y remando todos en la misma dirección.
Que Santa María de Los Llanos, Madre de Jesucristo y Madre de las familias, nos bendiga y acompañe siempre.
Muchas gracias.
EN NOMBRE DE S. S. EL PAPA FRANCISCO DECLARO INAUGURADO EL AÑO JUDICIAL 2019 EN EL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO DE LA DIÓCESIS DE ALBACETE