Pablo Bermejo

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22 de septiembre de 2007

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Un buen amigo mío a quien siempre he considerado una de las personas más inteligentes que conozco me invitó una vez a tomar unas tapas en un bar del centro. Mientras comenzábamos nuestra primera caña, apareció barriendo el suelo un antiguo compañero suyo y pareció bastante tímido al hablar con él. Yo le conocía de cuando se juntaba con mi amigo hace varios años y por lo tanto también le saludé cordialmente. Sólo nos contó que estaba preparándose una oposición y se marchó. No sabíamos por qué nos había saludado tan tímido y seguimos cenando sin volverle a ver pasar por nuestro lado.

Una semana después mientras estaba chateando, de repente me abrieron una conversación y resultó ser el mismo que estaba limpiando el bar; por lo visto me tenía agregado en el chat porque una vez fuimos compañeros de fiestas y le debí dar mi dirección de correo. Sin embargo, en todos esos años no habíamos conversado por el chat ni una sola vez. Me preguntó qué tal estaba y estuvo muy simpático, para finalmente contarme que había dejado el trabajo del bar y que había entrado en una academia para impartir clases de inglés. Estaba muy contento de ‘haber dejado esa birria de trabajo’. Seguidamente dijo que tenía que irse y ya no me ha vuelto a hablar por el Chat.

Más tarde puse esto en común con mi amigo y me comentó que hacía muchos años ellos dos habían sido rivales en la universidad pues eran los que mejor expediente conseguían cada curso. Al finalizar la carrera, mi amigo decidió dedicarse a la empresa privada mientras que el otro se armó de valor y comenzó a opositar. Lo que concluimos fue que debió darle vergüenza que le viéramos en ese trabajo sabiendo lo inteligente que él era, o algo así.

Tanto mi amigo y yo coincidimos en que tener un trabajo temporal mientras se está preparando una oposición es propio de caracteres muy fuertes e incluso sublimes, por eso nos dio cierta pena que este chico se sintiera avergonzado de hacer lo que estaba haciendo. Ojalá todos tuviéramos la capacidad de ver nuestras propias virtudes sin el prisma sucio de la sociedad.