Fco. Javier Avilés Jiménez

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13 de febrero de 2016

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3. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. (Misericordiae Vultus 2) 

El Dios que es encuentro, comunicación y voluntad de comunicarse, por el hecho de dársenos a conocer ya es misericordia en acción, lo contrario de la indiferencia egoísta, de la pobreza del que no se da. Hay aquí, pues, no solo una teología, la del amor que nos busca, sino también una antropología: el humanismo que encuentra a Dios y la razón suprema de la vida en la fraternidad solícita y curativa. 

Que la misericordia se reía del juicio, ya lo dijo Santiago (2,13); que a Dios se va por la justicia que remedia tanto destrozo, también fue dicho antaño (Oseas 6,6) y repetido por Jesús (Mt 9,13). Pero que el juicio definitivo de Dios sobre la humanidad tira de magnanimidad y compasión, eso quien mejor lo ha dicho ha sido Jesús. No sólo que Dios goza con recuperar al que estaba perdido (Lc 15); sino que el valor máximo para Él de la acción humana es también esa misma medida para con nuestro prójimo (Mt 25). 

Y así, en la clave de la misericordia se cierra el arco que va del amor que Dios es al amor que nosotros debemos llegar a desarrollar. Cuando la Iglesia, en el concilio Vaticano II (1962-1966); o con san Juan XXIII; o ahora el propio papa Francisco, habla de diálogo con la sociedad y proponen supeditar a la misericordia las normas y costumbres, siempre hay quien busca en la doctrina esencias anteriores a esta línea sanadora del magisterio y la moral cristiana. Entonces se contraponen pastoral y teología, y por fidelidad a esta se cuestiona que aquella cambie. Sin embargo, es del mismo misterio divino de su ser y voluntad, de donde parte esta invitación a que también nosotros, y la Iglesia, antepongamos el amor y la empatía compasiva a todo lo demás. Y sobre esa base y hacia esa dirección camina la Misericordiae vultus y el Año Jubilar que con ella se pone en marcha.