+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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26 de mayo de 2020
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]A[/fusion_dropcap]yer finalizaba la Novena a la Virgen de Los Llanos celebrada muy devotamente, ayudados por don Pedro Roldán al que damos las gracias, pero de forma diferente a otros años y, para muchos, acompañada de angustia, sufrimiento, dolor y soledad. Hoy nos reunimos de nuevo en la Catedral de Albacete para celebrar la Eucaristía, juntamente con los miembros de la Real Asociación y numerosos devotos, para recordar y celebrar agradecidos el aniversario de la Coronación canónica de Nuestra Señora María Santísima de Los Llanos, acontecida el 27 de mayo de 1956, hace 64 años. Queremos especialmente expresar nuestro cariño hacia nuestra Madre del cielo y nuestro agradecimiento por poder estar aquí un año más, aunque sea en unas circunstancias tan especiales como las que ahora estamos viviendo.
Sabemos María Santísima de Los Llanos, nuestra Madre del cielo, de tu ayuda y protección a todos los enfermos del llamado Covid-19; sabemos del fallecimiento de muchísimas personas, en su gran mayoría mayores, y del dolor de sus familiares; y sabemos que tú, como Madre, has estado silenciosa pero eficazmente junto a ellos. La fe ha estado muy viva en muchos profesionales de la sanidad y de los servicios públicos y fuerzas de seguridad, capellanes de Hospitales y Residencias de Ancianos, y se ha expresado especialmente en su entrega sin freno alguno, a no ser el de su agotamiento físico y mental, cuidando a los enfermos y ayudando a los más necesitados, dándose enteramente, sufriendo con ellos y sus familiares y, especialmente, viviéndolo todo con sus vidas colocadas en las manos de Dios, siempre llenas de consuelo, ayuda y amor.
En estos días de la Novena a Ntra. Sra. María Santísima de Los Llanos se nos ha recordado quién es María, cuál fue la misión que Dios la encomendó realizar, cómo lo hizo y cuál fue su destino final: el cielo, desde donde nos cuida y nos protege como hijos suyos, pues ella es nuestra Patrona y nuestra Madre, el gran regalo que Jesucristo nos dejó desde la Cruz. De ella hemos recordado especialmente su respuesta a Dios, generosa, pronta y llena de fe: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”, indicándonos que, cuando se tiene limpio el corazón y sin ataduras, Dios tiene cabida en ese corazón, en nuestras vidas y que Él nos da las gracias suficientes para cumplir su voluntad y cumplir con nuestras obligaciones como cristianos.
María con sus virtudes es el mejor modelo a imitar para ser verdaderos discípulos de su Hijo, para vivir en profundidad la vida cristiana. Estos días de la Novena nos han hecho redescubrir con mayor nitidez la grandeza espiritual de María, sus virtudes, reflejo de la santidad de Dios. La grandeza de María está en su fe, en la luz interior que iluminaba su vida llenándola de gracias divinas. La grandeza de María está en su oración. Constantemente alababa y agradece al Señor las maravillas que está realizando en ella. La grandeza de María está en la obediencia, aceptando en todo momento la voluntad de Dios. Hágase en mi según tu palabra. La grandeza de María está en su humildad. Ella se hace pequeña, se vacía de sí misma para llenarse de Dios y darse enteramente a Cristo y a los demás. La grandeza de María está en su ternura, como un reflejo de la misericordia de Dios. La grandeza de María está en su actitud de servicio permanente, siempre cercana a los necesitados. La grandeza de María está en su esperanza confiada. La grandeza de María está en haber acompañado a Jesus en su camino hacia el Calvario y en permanecer, llena de dolor, junto a Cristo clavado en la Cruz. La grandeza de María está en su amor y su humildad, siempre y en todo, como fundamento de todas sus virtudes.
Creemos, querida Virgen de Los Llanos, que el Dios de la misericordia te envió junto a nosotros, en los llanos manchegos de Albacete, para estar junto a nosotros, tus hijos, como una buena Madre, y para acompañarnos en todas las situaciones de la vida, en las gozosas y en las dolorosas. Desde nuestra Catedral, y tu Catedral, y desde nuestros corazones, nos atrevemos a presentarte nuestras preocupaciones y miedos, nuestras heridas y lágrimas, nuestro amor hacia Ti y nuestra confianza en tu ayuda y protección.
Sabemos Madre del cielo que escuchas nuestras lamentaciones, lloras con nosotros y sufres con nuestros sufrimientos. Estamos seguros que encontrarás en el Cielo, que es tu corazón, el consuelo oportuno para quienes ahora enfermos de esta terrible pandemia del coronavirus se sienten frágiles y en peligro, y para quienes, sin esperarlo, han conocido el fallecimiento, casi en soledad, de un familiar o de una persona conocida y no han podido acompañar, ni despedir afectuosa y cristianamente, como hubiesen querido.
Esta situación dramática y trágica, sin precedentes, nos invita a reflexionar sobre la vida y a ir a lo esencial, que a menudo olvidamos cuando la vida nos va bien, pues revela la vulnerabilidad y fragilidad de nuestra condición humana y nos hace pensar sobre el significado de la vida: ¿quién soy? ¿quién me ha dado la vida: cuerpo y alma? ¿para qué vivo? ¿para quién vivo? ¿cómo vivo mi vida cristiana como hijo de Dios y miembro de la Iglesia? ¿qué virtudes, valores y comportamientos forman parte de mi persona? ¿soy consciente de la posibilidad y la realidad de la muerte humana en cualquier momento, y de la posibilidad y la realidad de alcanzar un día la vida eterna en el cielo?
La fe, que es como un faro luminoso que ilumina nuestro caminar cristiano en esta vida, nos ayuda a ver el lado positivo de estas noches oscuras, porque nos deja ver que también hay estrellas de referencia en esas noches; porque la fe nos ayuda a ver y comprender los signos dolorosos que ahora nos tienen el corazón oprimido con una mirada renovada y esperanzada.
Esta pandemia mundial nos obliga a repensar nuestros hábitos, nuestro estilo de vida, la escala de valores que guía nuestra vida. No se puede vivir solo para producir y consumir, para tener y para aparentar. Esta pandemia nos pone ante el gran misterio y sentido último de la vida y de la humanidad que nosotros, los creyentes, llamamos Dios, y que los cristianos llamamos el Dios de Jesucristo.
Hagamos una reflexión espiritual dentro de nosotros, en el silencio de la oración, y abramos nuestros corazones a Dios, tan olvidado, ignorado y marginado en esta sociedad que nos ha tocado vivir, y descubriremos la llamada a una conversión espiritual profunda, a cambiar comportamientos y formas de vivir, porque somos cristianos, hijos de Dios por nuestro bautismo y miembros de la Iglesia, la familia de los hijos de Dios.
Que María Santísima de Los Llanos, nuestra Madre y Patrona, nos haga sentir la cercanía y el amor de Dios, siga siempre a nuestro lado, muy cerca de nosotros, nos ayude, proteja y conduzca por el buen camino, junto a su Hijo y nuestro hermano Jesucristo, el del amor a Dios y el amor al prójimo.