Manuel de Diego Martín

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18 de agosto de 2012

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Leía el otro día un reportaje de la agencia “Zenit” de Roma que me llenó de una tal tristeza que no me dejaba dormir, pero a la vez me hacía ver la fuerza del Evangelio de Jesús para llevar esperanza a los peores infiernos. Se trataba de un artículo escrito por el Hermano Marista, Georges Sabé quien describe el horror dantesco en que viven las gentes de Alepo, y a la vez la campaña que llevan adelante con el nombre de “maristas azules” tanto la comunidad de religiosos como laicos cristianos comprometidos en el mismo proyecto.

Ante la alternativa de huir, de abandonar todo, ellos quieren seguir adelante y que sus escuelas sigan abiertas, que las gentes encuentren acogida en sus centros, que todos puedan encontrar comida y medicinas. Ellos son los ángeles de los barrios asolados por los bombardeos. Y cuando la gente va a campos de refugio, ellos también van allá y juegan con los niños para ocultarles la tragedia de la guerra y el odio. Y los niños vuelven a cantar, a reír, a jugar. Y les dicen: “Hermanos, quedaos aquí con nosotros”. Pero “los maristas azules” vuelven al lugar de los combates, que allí los necesitan más.

¿Cuándo acabará este infierno? ¿Van a dar lugar a que el régimen caiga cuando ya todo esté destruido? Uno se pregunta ¿pero es que Naciones Unidas no puede hacer nada en todo esto, más que esperar, esperar y decir que esto está mal? Se entiende que no se puede hacer nada cuando los grandes no están de acuerdo. Si Rusia y China están al lado de El-Asad, pues adelante. ¿No podría haber una autoridad que esté por encima de americanos y rusos, de chinos y británicos y diga, aquí se acabó ni un tiro ni  una bomba más? Se acabó el genocidio.

El Papa Benedicto en “Caritas in Veritate” dijo aquello de que hacia falta una Autoridad Política mundial, que reconocida por todos, garantizase la seguridad de los pueblos, así como la justicia y los derechos humanos. Aquí vemos cómo en Siria, sin querer juzgar quién tiene la culpa, al final no respetan los derechos humanos ni unos ni otros. Todos hacen las mismas atrocidades y esto no puede ser.

Es bueno que no nos acostumbremos a estas noticias tan crueles. Leía el otro día el Diario de Santa Faustina Kowalska, una monja polaca, que cuenta cómo en los años treinta en su comunidad se rezaba por España que estaba pasando momentos terribles. Me sorprendió ¿Cómo llegaban en aquel momento estas noticias, si apenas había radio? ¡Cómo se agradece que alguien en aquellas horas dramáticas de nuestra España rezase por nosotros! ¿Hoy que estamos viendo cada día lo que está pasando vamos a quedar indiferentes? Si no podemos hacer otra cosa, al menos dirijamos una plegaria al cielo pidiendo que acabe esta maldición y deseando que los hermanos Maristas sigan con fortaleza siendo esos Ángeles en medio del infierno.