+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
3 de enero de 2015
|
127
Visitas: 127
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos amigos:
Cuando os llegue esta carta habrá comenzado ya el año 2015. Seguro que muchos de vosotros conservaréis todavía fresco en la memoria del corazón ese momento en que, nada más finalizar las doce campanadas, os habéis deseado paz y felicidad. Son los deseos que en estos días son pronunciados en todos los idiomas, vuelan como palomas mensajeras en los miles y miles de postales navideñas.
Con afecto fraterno, de todo corazón, yo también os deseo un feliz y venturoso Año Nuevo a todos los diocesanos y también a quienes, aunque no compartáis nuestra fe, sois conciudadanos y compañeros de camino. Lo hago usando la misma fórmula con que era bendecido, al comienzo de cada año, el pueblo de Israel: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz«.
Estrenar un nuevo año es como recibir una invitación a gozar de la vida como don de Dios, a descubrir con mayor hondura por qué y para qué vivimos, a llenar de sentido cada día y cada hora. El paso inexorable del tiempo se encarga de añadir años a la vida, a nosotros nos corresponde añadir vida a los años.
No sabemos qué nos deparará el Año Nuevo recién estrenado: ¿felicidad o infelicidad, salud o enfermedad, paz o conflictos? Enero en latín es januarius, que significa literalmente «portero», por ser el mes que abre la puerta a los demás meses del calendario. Recibe su nombre del dios Jano, una de las más antiguas divinidades romanas, a la que estaba consagrado el primero de los meses. La imagen mitológica era representada por un personaje con dos caras: una sombría, mirando hacia el pasado; otra, sonriente, mirando hacia el futuro. Pero parece que la imagen podía girar. Como puede cambiar también nuestro futuro, que siempre es misterioso, dependiente de los avatares históricos, de las decisiones y de la responsabilidad humana, de Dios. Es una página todavía en blanco que iremos escribiendo día tras día.
Con la ayuda de Dios podemos y debemos orientar ese futuro. De nosotros depende en buena parte que el año que acabamos de iniciar nos deje algo más que una nueva arruga en la frente o unas canas más en el pelo, que sea sombrío y estéril o, por el contrario, que sea luminoso y fecundo.
Vivimos en una sociedad globalizada y manipuladora, donde muchas cosas vienen determinadas desde fuera y desde lejos. Nuestra condición de personas no puede permitir que seamos tratados como cosas, que la vida nos la vivan desde fuera. Hemos de ser nosotros, todos y cada uno, quienes orientemos el paso del tiempo de manera activa y responsable, siendo forjadores del futuro y creadores de esperanza. Podemos y debemos acoger el amanecer de cada día como una invitación al amor, en solidaridad activa con las esperas y esperanzas de nuestros hermanos los hombres; hacer de la nuestra una vida de utilidad pública, pues los que nos rodean tienen derecho a esperar algo nuevo de cada uno de nosotros. Como tiene derecho a esperarlo también la creación que nos envuelve , a la que hay que cuidar como la casa común que Dios nos ha entregado para morada y jardín de todos sus hijos.
Los cristianos comenzamos cada Año Nuevo acogiéndonos a la solicitud maternal de Santa María y bajo el signo de la paz. El día primero de Enero hemos celebramos, como cada año, la Jornada por la Paz.
El Papa Francisco nos ha regalado, con este motivo, un estimulante mensaje: “No esclavos, sino hermanos”.
Hace siglos que se abolió oficialmente la esclavitud como crimen de lesa humanidad. Sin embargo, hay millones de personas hoy que viven en condiciones similares a la esclavitud: Trabajadores y trabajadoras oprimidos de manera formal o informal, emigrantes en condiciones inhumanas, personas obligas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, niños y adultos víctimas del tráfico y la comercialización de órganos o del secuestro. Detrás de todo ello está el pecado, que rompe el plan de Dios y corrompe el corazón humano. Pecado que se traduce en injusticias, pobreza, subdesarrollo, guerras, violencia, corrupción de quienes están dispuestos a todo para enriquecerse.
Tenemos tarea por delante. Todos estamos invitados a colaborar para globalizar la fraternidad y avanzar como familia de los hijos de Dios. Sumarse a este empeño sería un buen propósito para el año que acaba de empezar. ¡Que sea un año de Paz para todos!