Juan Iniesta Sáez

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23 de febrero de 2025

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En paralelo al «sermón de la montaña» de los capítulos 5-7 del Evangelio según San Mateo, donde el Señor nos regala la oración del Padre Nuestro, las Bienaventuranzas y otras enseñanzas capitales, San Lucas recoge en su Evangelio el conocido como «sermón de la llanura», en el que encontramos la perícopa que nos ocupa este domingo. El acento principal de todo el Evangelio lucano, también este fragmento, es el de la misericordia, aplicada por el Padre y propuesta para nosotros en un grado que, a nuestros ojos y parámetros humanos y mundanos, nos desconcierta. Hoy, las palabras de Jesús reflejan la radicalidad del amor cristiano, que trasciende las normas sociales y humanas y nos llama a imitar la misericordia de Dios.

Este mensaje desafía nuestras concepciones humanas sobre la justicia y el trato hacia los demás. En un mundo donde prevalecen el premio por el merecimiento y la venganza ante la afrenta, Jesús propone una alternativa basada en el amor incondicional y la generosidad. Al amar a nuestros enemigos y hacer el bien sin esperar nada a cambio, nos asemejamos al Padre celestial (somos creados a su imagen y para alcanzar esa semejanza), un Dios Padre que es bueno también con los malvados y desagradecidos. Esta actitud no sólo transforma nuestras relaciones interpersonales, sino que también nos acerca al corazón de Dios.

La invitación a no juzgar ni condenar es especialmente relevante en nuestra sociedad actual, donde las críticas y los juicios rápidos, a menudo incluso en forma de prejuicios infundados, son comunes. Jesús nos llama a practicar la comprensión y el perdón, reconociendo nuestras propias limitaciones y la necesidad de la gracia divina, pues, por medios humanos, sería irrealizable cuanto Cristo nos propone aquí. Al hacerlo, experimentamos la misericordia de Dios en nuestras vidas y nos convertimos en instrumentos de su paz y reconciliación.

A menudo se nos antoja difícil, por no decir misión imposible, cambiar la realidad que nos rodea y de la que no permanecemos exentos. ¿Nos atreveremos a probar siquiera a vivir según estos parámetros de amor incondicional, desinteresado y generoso en grado sumo que nos propone el Señor este domingo? ¿Y si fuera verdad? ¿Y si, con la revolución de la ternura que vino a traernos Cristo al purificar nuestra imagen de Dios y presentarnos a este Padre bueno que nos anima a imitarle y nos da la gracia para ello, realmente nos aventurásemos a transformar nuestra sociedad porque comenzamos por la conversión del propio corazón? ¡Ánimo, que la tarea es ardua, pero nunca caminamos solos quienes queremos pisar sobre las huellas del mismo Cristo!